Valentino
era un león que había perdido el entusiasmo por vivir. Ya no le emocionaban las
mismas cosas que antes, ya no veía el arcoíris de la misma manera o peor aún,
de los mismos colores. Su pelaje ya no era tan extravagante y de bello color
ocre como de costumbre. Así que, un mal día divagando por la inmensa selva
encontró en una cueva muy muy pero muy secreta, una ruleta, la ruleta de la
vida y la muerte, así se hacía llamar. Esta ruleta, constaba de cien espacios,
noventa y nueve de ellos contenían lugares maravillosos, espléndidos, y uno de
ellos, sólo uno, estaba vacío, no tenía absolutamente nada por dentro, cabe
decir, era el famoso lugar de la muerte y sólo podía ser visitada una vez cada
día. Valentino en su inmediatez dijo en voz alta, ¡quiero jugar!, la ruleta le
preguntó por qué quería hacerlo y, está vez, Valentino respondió con voz gruesa
y temblorosa: aunque el noventa y nueve es un número mágico, pues, sigue al
noventa y ocho y precede al cien, no tiene las suficientes posibilidades que
supervivencia que me gustaría tener, por lo tanto, mi querida y buena ruleta te
propongo un trato; voy a venir a visitarte todos los días una sola vez como lo
permites, pero en vez de al hacerlo agotar los lugares fantásticos que tienes
por mostrarme, ¿por qué no me das un plus y agregas tres lugares más cada vez
que no corra con la fatídica suerte de caer en el espacio negro?, la ruleta
respondió: hace mucho tiempo que no vienen por aquí, así que sí tú quieres
jugar, pues adelante, trato hecho.
Y así fue, durante varios largos días, Valentino, visitaba la ruleta para tirar de ella e ir a un lugar magnífico y diferente cada vez. Hasta que un día rutinario, Valentino, vio acercarse desde lo lejos a una leona, una bella y divertida leona, su nombre era, Leah. Valentino en poco tiempo de una buena vez se dio cuenta que Leah, le hacía ver a través de sus ojos, lo bello que era el lugar donde se encontraban y vio la necesidad de volver a la cueva, esta vez no para tirar de la ruleta, sino, para destruirla y, una vez hecho esto, la dicha no tuvo mayor duración pues, en un momento fugaz cuando Leah y Valentino jugueteaban, un cazador mal humorado los asechaba y en medio de unos disparos que parecían poco certeros, uno de ellos, acabó con Valentino. Leah, desconsolada y entre sollozos dijo, por andar jugando con la vida, que dura fue la lección que recibió mi precioso y adorado Valentino. Fin.
Paanhole
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