Han
pasado dos años y medio, puedo decir que he olvidado por completo como son las
cosas afuera, no recuerdo el sabor a pan caliente, las gotas de lluvia sobre la
piel, no recuerdo tampoco el rostro de mamá, son solo imágenes distorsionadas…
Ahora todo es tormentoso, mi vida, no tengo calma y cada que creo que puedo
continuar, eso, eso me acribilla el alma, me apuñala sin cesar… Aquí las cosas
son muy diferentes, levantarse a las cuatro de la madrugada, recoger las mantas
del suelo, doblarlas y ponerlas en el rincón, luego salir y lavar tu ropa, a
las cinco debes estar en el comedor, si llegas cinco minutos tarde no desayunas
y te ponen a asear los baños, la vida aquí no es fácil, cambias mucho, tus
emociones van decayendo, la tristeza es la que se mantiene más viva que nunca,
es la que te invade día a día. Al final te acostumbras tanto a ella que es
extraño cuando no la sientes escabullendo en tus entrañas.
Mi única compañía aquí es el del 254, es un tipo
similar a mí, alto, delgado, cara larga y grandes ojeras, es un tipo callado,
por eso digo que es mi compañía, suele ir a donde estoy y allí pasa su
descanso, callados, sin sentir siquiera el ruido de nuestra respiración,
mirando como el sol hace la danza para esconderse hasta el otro día. Nunca he
podido ver como la luna se apodera del cielo, pues cada que son las seis con
treinta, la campana interrumpe aquel espectáculo y nos obliga a entrar. La
monotonía parece acabar contigo, te deteriora, todo es tan mecánico que parece
una lección de alguna clase aburrida que te dictan en el colegio, sabes que no
habrá nada interesante, que no habrá emociones… Cada que digo que no fui yo,
los demás se burlan e incluso me golpean, lo más asqueroso que me han hecho
aquí, es la vez que me hicieron quitar la ropa y entre cuatro tipos metieron mi
cabeza en el retrete, mientras que los otros dos me orinaban, no podía
quejarme, pues sabía que las consecuencias solo serían para mí.
En las
noches me siento más solo, no tengo nada que me haga quedar, la vida pierde el sentido,
la vida es crueldad y dolor, es injusticia. Eso que sucedió hace tres años no
fue mi culpa, quiero decir, no fui yo, nadie ha querido escucharme y he tenido
que sobrevivir solo con aquella pena, a veces suelo robarme las servilletas del
comedor y comprar una pluma para escribir a escondidas y contar lo que ocurrió.
Mamá ese día estaba en casa, terminaba ya los últimos adornos del pesebre, yo
había quedado de ir a las siete, pues saldríamos a cenar, pero las cosas no se
dieron como lo planeamos. Mi jefe ese día me hizo quedar dos horas más, a
regañadientes accedí y no sé si fue mejor quedarme o salir e ir donde mamá,
quizá eso no hubiese ocurrido. Cuando salí del trabajo, fui a casa, sin
embargo, había varios policías y cintas de “no pase”, un sujeto me señaló y los
policías me capturaron, luego estuve en una celda, no me dejaron mediar palabra
con nadie…
Al otro
día me di cuenta que yo había asesinado a mi madre, la había asesinado sin
saber… Los testigos me acusaban como el único culpable, coincidía todo, mis
huellas, mi apariencia, todavía suelo preguntarme cómo fue que yo maté a mi
madre si yo estaba en el trabajo.
No tuve
derecho a ningún abogado, los criminales aquí no tienen derechos, ninguno, por
eso nadie me ha querido escuchar y por eso ninguno sabe que en realidad yo no
cometí ningún asesinato, yo sé quien fue… Fue mi hermano
gemelo, el hermano que mi mamá dio en adopción cuando nacimos.
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