Eterna realidad.
Las
mañanas solían ser tan frías como las manos de Sofía, subsistiendo en sueños
perdidos y melancólicos recuerdos; era su cara tan pálida como la nieve, y sus
ojeras tan profundas como el desasosiego ante la vida.
Actuar ha
sido siempre el camino de huída para los sueños que me atormentan en cada
parpadear, puedo oír el susurro de mi nombre por todas partes, como si llamarse
Sofía fuese un completo delito. Desde que tengo memoria, las pesadillas han
sido costumbre en mi diario vivir, los demonios y seres intermedios han
permanecido siempre en mi memoria. Actualmente, soy una actriz muy reconocida,
he logrado todo lo que alguna vez creía inalcanzable, aunque a veces,
simplemente siento como si estuviese viviendo en un sueño infinito. En los
últimos meses, el hecho de dormir se ha convertido en una completa perdición,
las pesadillas están de vuelta y son mucho más fuertes que antes.
Hoy,
luego del trabajo, llegué a mi apartamento, dejé caer mi frágil cuerpo en
aquella cama solitaria, de nuevo, viviendo y reviviendo cada una de mis
pesadillas, en ellas habita un hombre de contextura gruesa, suele golpear mi
frágil y endeble rostro, dejándolo tan destruido como una flor pisoteada; no me
encuentro sola, estoy en compañía de dos pequeñas desconocidas.
Después
de otro arduo día frente a las cámaras que hacen parte del ostentoso vivir,
decidí tomar el camino más largo hacia mi hogar, bebí un poco de tequila e
intenté calmar la aflicción en mi pecho y la insoportable idea de llegar a casa
para sumergirme en la misma eterna pesadilla. Luego de amargos tragos y
lágrimas derramadas, sentí la necesidad de gritar por ayuda a la intemperie con
el profundo deseo de calmar este sentimiento de angustia y soledad. Sentí como
mi presión sanguínea aumentaba y a su vez, como todo giraba a mi alrededor,
quise culpar al tequila, pero no hice más que caer en mi propia pesadilla. Me
hallaba en un cuarto sangriento y lleno de sesos, a lo lejos se encontraba
aquel hombre tan reconocible ante mis ojos, tenía una sonrisa gigantesca, tan
grande como el hacha que traía entre sus manos. Era el hombre de mis
pesadillas, ahora, viéndose más real que nunca; me observaba con deseo, un
deseo desquiciado como su propia mirada. Atemorizada, cerré mis ojos y me
convencí de que no era nada más que un sueño, o sencillamente un propio efecto
del alcohol. Mis latidos entraron en calma, y el silencio se convirtió en el
dueño de aquel lugar. Abrí lentamente mis pequeños ojos esperando encontrar la
tranquilidad que tanto anhelaba, pero él estaba ahí, el demonio de mis noches, frente a frente, pelo a pelo, con su sonrisa maldiciente. No
logré contenerme y reventé en llanto, al mismo tiempo sentí un dolor
indescriptible, presencié como mi brazo fue separado de mi cuerpo de una forma
abrupta e insensible, antes de desmayarme escuché un leve susurro que me decía:
“gracias por este hermoso recuerdo, mi musa querida”.
Desperté
internada en un hospital cerca a mi apartamento, estaba muy confundida, no
comprendía cómo el hombre de mis pesadillas logró lastimarme físicamente.
Escuché que al día siguiente me darían de alta, me sentía extraña, la fama no
fue suficiente como para que se preguntaran por mi ausencia, no tenía ni una
sola llamada, ni un mensaje siquiera, estaba afligida y apenada, dolorida más
del abandono que de haber perdido mi extremidad.
De nuevo,
anocheció y no pude contener el cansancio; lentamente, segundo a segundo, caí
en estado de ensueño, y así, entré nuevamente a mi pesadilla, o mejor, a mi
realidad.
Sentí una
rígida bofetada y muchos gritos sobre mí, no entendía nada en absoluto; observé
la periferia y reconocí a las pequeñas desconocidas, no podían parar de sangrar
ni de llorar. Recibí un abrazo lento por parte de sus manos heladas y huesudas,
al mismo tiempo entre sollozos me repetían: “Hasta que despiertas pequeña
Sofía, creímos que estarías en ese trance de por vida, aunque sería mejor
estarlo para no vivir el infierno con este viejo trastornado”.
Sofía, la
pequeña e inocente Sofía, no eran pesadillas lo que vivía, era su vida en
verdad, sufrimiento eterno, disociación en realidad.
Esprit Brisé
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