P.N. NERGAL.
Cohibido entre la lluvia
que le golpeaba la cara y el calor del edificio en llamas del cual salió, el cuerpecillo del ser exhalaba los últimos alientos
de su corta vida, estertores propios de un ente que
no podía ser llamado por nombres propios, siendo libre del laboratorio en el cual había crecido,
maldecido, amado e interiorizado por
mucho tiempo. ¿Por qué no miramos hacia
atrás? ¿Antes de los restos carbonizados
que nos reciben con su vivaz resplandor?
“Sujeto B-6, ¿Estás lista? ¿Me escuchas?” fue lo que el hombre de la bata preguntó en cuanto abrió los ojos, su primer recuerdo en el mundo. Nunca supo cómo se llamaba mientras que se despertaba sobre esa camilla, con el mareo de la anestesia aun lacerando su cabeza, viendo suturas en su piel y en miradas de confusión y expectativa entre los demás doctores, era increíble el éxito de la intervención, mientras un pitido atenazaba su interior y le hacía darse palmadas a la sien, ¿Y quién no? Era el equivalente a tener un megáfono distorsionado que le gritaba a su disociada mente. “Síguenos, hacemos lo mejor para ti”.
B-6 era silencioso, insanamente tímida,
reflexiva por momentos, dando un aire de ternura
que los galenos creyeron normal
en el recién levantado, pero no era así, B-6
era altamente perceptivo, entendía sus
palabras, tenía una
mentalidad intacta, una consciencia, por más que le doliese
andar, comer en ocasiones,
siempre se aferraba a la caperuza que le regalaron en
su primer día. El hombre de la bata
siempre le revisaba
a detalle, a veces pellizcaba en algún lugar extraño cuando
otros compañeros no miraban, siempre
diciendo el clásico “debo probar
tus reflejos”, volviendo a internarse en sus apuntes, conteniendo
una sonrisa ronca, sagaz como un lobo, otros
tenían sus objetivos
con B-6, él tenía los
suyos propios.
Mientras que se esforzaban por continuar el siguiente experimento de la lista, B-6 entendía la
palabra anormalidad, repetida en algún susurro entre los sujetos, teniendo momentos en los que exploraba sus marcas y vendas, distintas
texturas en su piel y su cara,
todavía con la memoria bloqueada. ¿Aburrido hasta ahora?
¿Y si te dijera que
la caperucita recibía en las noches
la visita del lobo? Durmiendo con ella, ensayando otro tipo de
sondeos con el cuerpo del sujeto, su manera de asegurarse en que el físico era estable,
cansándole de las largas y el encubrimiento de la verdad. Todos
veían ingenuidad, pero así ocultaba lo
perceptivo que era.
Noche tras noche entendía
el actuar del lobo, era sencillo satisfacerlo,
en medio del asco y el vómito, buscando
la oportunidad de hacerle entrar con ese libro que siempre cargaba, si no podía
huir, al menos encontraría su identidad. ¿Y
qué ocurrió
cuando la información llegó a
sus manos suturadas? Tan sólo
en la página 1 se encontró a
sí misma, una lista de partes de pies a cabeza,
una creación exitosa según el
lobo, partes humanas que componían
a una nueva quimera funcional después de años. Desde el fondo de su corazón entendía que algo
andaba mal, tantos nombres que
la componían, con dolor a
lo que
ocultaba su propia existencia,
esas anormalidades que hablaban derivaban del hecho de que
nunca hubo un ‘yo mismo’.
Ahogando al lobo con la almohada y las llaves entre sus manos, B-6,
la quimera sexual
para los amigos de su primer recordado, corrió por cada rincón, arrojando los volátiles de cada área
y encenderlos a base de mecheros dispersos, llevándose cada archivo que involucraba
su idea o la de
los otros que vinieron y fallaron en su lugar, destrizando
sus propias
costuras y abrirse la carne,
bañándose en el santificado abrazo del combustible y
el purificador calor
del fuego, saliendo hecha una
bola de llamas del lugar en cenizas.
Cohibido
entre la lluvia que le golpeaba
la cara y el calor del edificio en llamas del cual salió, el cuerpecillo del ser exhalaba los
últimos alientos de su corta vida, estertores propios
de un ente que no podía ser
llamado por nombres propios,
siendo libre del laboratorio
en el cual había crecido,
maldecido, amado e interiorizado
por mucho tiempo. Adiós,
eterno Prometeo.
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