RELATOS BISAGRADOS
«De la soledad casi no recuerdo nada. Bueno, tal
vez un poco más de lo que se dice. Distantes momentos centellean mi memoria,
arrastrándome al inicio. Inicio encerrado entre candados y pestillos de una
puerta blanca divisoria -casi como un sepulcro- que sólo admite el ingreso,
pero nunca el regreso de sus visitantes. Los recuerdos de hace más de ochenta
años despiertan desde su parcela, invisibles y lejanos, tangibles y cercanos».
De repente, sus ojos abiertos vislumbraron una
luz irreconocible, cotidiana y plena. A su alrededor, un cielo de mar azul,
como quien quiere gritar que hay mucho más en su profundidad, pero aún nadie lo
descubre. Como si los astrólogos no fueran dignos de escrutar su intimidad y
sus ojos estuvieran vendados para no ver las riquezas de su existencia. Bajo su
espalda, las baldosas frías color herrumbre, cual tintes que tiñen hasta el
alma y que han sido testigos de quién sabe cuántos triunfos, romances, derrotas
y desenlaces. Estos espectadores, como era de esperarse, contemplaron sobre el
silencio los nuevos sueños empañados de dudas que cojean por los pasillos de
aquel edificio, fundamentado en los sueños de aquellos que han despertado a
tiempo para encender su alma en busca de ellos.
Al salir sólo encontró la nada en medio de todo.
Aún el tiempo se había marchado sin considerar a nadie a su paso. De golpe se
dio cuenta que el instante de la muerte del amor había pasado y, sin embargo,
no se había alejado.
Levantando sus ojos examinó la lumbrera mayor.
Tenía un ligero viraje en su color, digno de las ovaciones que le brindaban
constantemente las hojas de los árboles al moverse por los suspiros del cielo
que no podía hacer más que eso. ¡Qué suspiros! Tenían tal potencia y cadencia
que el reino vegetal rendía, sincrónicamente, homenaje junto a él.
Sus labios vacilaron con una sonrisa incrédula
en el momento en que comprendió que lo pasado cayó en el olvido, y que así
mismo acontecerá con las cosas futuras. De una manera misteriosa sus fuerzas se
incrementaron, afirmando sus piernas, empuñando sus manos y levantando su
cabeza, para comenzar la carrera más temida por la humanidad -en la que
participa por todo lo existente- cuyo final parece oculto, pero está delante de
todos los que la corren.
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