Se juntaron un día
las piedras, tras rodar por las lomas de la cantera de la que habían salido a
fuerza de picos y sudor. Aunque en apariencia carecían de todo, su voluntad les
había dado una boca que ya no les permitía gritar, porque a punta de crueldad,
de aplastarse unas a otras, se habían hecho fuertes. Pero, tras rodar y ver que
aquello por lo que habían peleado se había destrozado, que ya no eran una, la
angustia las abordó con tal fuerza, que hubieran llorado si su alma no se
hubiera ya secado. Resulta asaz difícil describir el dolor ajeno; como mucho se
puede comprender. Siguieron yendo sobre ellas, como lloviendo, más de sus
compañeras y, viendo que por más cerca que estuvieran, no volverían a ser una,
surgió un nuevo sentimiento, hace siglos olvidado: la desesperación. Y así
envueltas fueron cargadas, apiladas, arrastradas, transportadas y
organizadas.
Sombras era lo único
que les estaba permitido ver, sombras que abusaban de su oscuridad y de su
fuerza, y aunque no pudieran ver sus caras, sabían que nadie sonreía al
herirlas ni se regodeaba en su dolor: fue esa, quizás, la anestesia que calmó
su atribulada alma. Cualquiera puede - es su derecho - alegrarse en una mentira
o, cuando menos, sosegarse en ella. Y así esas sombras las acercaban a su pecho
y las volvían a arrojar, ya fuera en sacos, en carretillas o en la tierra, de
manera que a golpes se fueron dejando todo lo blando de ellas en distintos
sitios, antes de darse cuenta cada una de lo pequeñas que ahora eran. Se puede
decir que son pocas las cosas que vienen de la pequeñez y, más aún, de la
impotencia que esta produce. Rencor es una y vergüenza es la otra; la primera
nace de la causa y la segunda de la conciencia. Y cuánto pudor puede tener uno
que anda desnudo en todo momento es una de esas cosas "er lasst sich nich
lesen"1.
Y así fueron llevadas, firmes y despreciables, a apilarse de nuevo y formar
paredes; a ser base de castillos, templos y murallas; a formar ciudades y no
tocar nunca más que los pozos y las iglesias en las aldeas. Es difícil negar
que los sentimientos permean en el aire y cargan el ambiente; a veces, incluso,
hasta libran peleas etéreas en este. Y así, se fue colando de las piedras hasta
el cazo, la olla y el copón; hasta el libro sagrado, el plato y las ropas; y
por último a esa carne que es un buen caldo de cultivo para todo lo alto, pero
aún mejor para lo bajo. Y salieron así las sombras, con un refulgente escudo en
el pecho y sangre goteando en el cinto, marchando y secando su alma. Cambiaron
de insignia en cada pueblo, en cada año, en cada era, hasta que no quedó piedra
sin remover que, durante la noche, no sonriera.
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