El monstruo de mi casa
Subí a tientas por las escaleras y llegué al pasillo, su silueta estaba posada en el marco de una de las puertas. Miré su rostro lleno de ira, fui capaz de reconocer que el demonio había vuelto y estaba parado enfrente mío. Miré hacia alrededor y a Dios le pedí ayuda mientras sentía en mis brazos esas garras que muchas veces me han lastimado. No fui capaz de reconocer sus ojos y me aturdieron sus fuertes alaridos, me tiró al otro lado de la habitación y viéndome en el suelo me declaró su odio y su fastidio. Respiré hondo y me atreví a pararme, a enfrentarle, pero no había forma de sobreponerse a su presencia. Recibí sus golpes y me abrazaron sus gritos, me marcó para siempre con sus manos y con su voz, que aún recuerdo sin recordarla. Me tumbó en una cama, el colchón rechinó al recibir mi peso y antes de que pudiese acomodarme se acercó y me susurró al oído -Si yo no descanso, nadie descansa- Se tendió a mi lado y una vez más dejó nuevas cicatrices que atravesaron mi dermis y se sellaron en mi alma. Observé su rostro y me encontré en los recuerdos de sus abrazos y las caricias de esas mismas manos que ahora me estaban marcaban, en su mirada vacía encontré mi amor envuelto en llanto y entendí que quizá merezco repetir esto hasta aprender a amar. Fui incapaz de acallar el vaivén de llanto pero procuré darle la espalda para disimular la piel que me ardía y el dolor me consumía. Mi ruido le despertaba e intentaba enmudecerme con nuevos golpes en mis costillas.
Anoche viví un martirio al lado del monstruo de mi casa, esta mañana despierto entre mis sábanas, con el mismo olor a talcos y al añejo de las maderas de mi casa de las que colgaban mis muñequitas con sus cabellos trenzados. Con el cuerpo aún adolorido reconozco su contorno a mi lado y encuentro mi pesadilla en su forma humana -Buenos días, mamá.
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