LA ISLA PERDIDA
En un pequeño pueblo costero, la vida transcurre tranquila hasta que un día una tormenta extraña y brillante aparece en el horizonte.
Dicen que está tormenta conocida con el nombre de “el ojo de Dios” aparece cada 100 años y arrasa consigo cosas perdidas como objetos,personas incluso almas perdidas. Nadie sabe lo que ocurre con las cosas que se lleva la tormenta, pero algunos creen que todo va a parar a una isla misteriosa que flota en las nubes.
Mariano, un niño curioso y aventurero, descubrió un reloj viejo en el ático de su casa, un reloj que, según su abuelo, tenía el poder de detener el tiempo y controlar la tormenta. Un día, Mariano y sus amigos subieron al ático y comenzaron a examinar el reloj. Accidentalmente lo activaron cuando a uno de sus amigos se le cayó al suelo. Inmediatamente, Mariano y sus amigos fueron transportados a la isla perdida, donde todo lo que una vez desapareció vive en paz. Pero no estaban solos; en la isla también habitaban sombras mágicas que deseaban mantener el control del tiempo para siempre.
En la isla flotante, Mariano y sus amigos quedaron atónitos ante la belleza de lo que les rodeaba: campos interminables de objetos perdidos, brillando bajo un sol que parecía no moverse nunca. Pero la calma se rompió cuando sintieron un escalofrío recorrer sus espaldas. Desde las sombras entre los árboles y colinas, comenzaron a emerger figuras oscuras, casi humanas, pero con ojos que brillaban como carbones encendidos. Eran las sombras mágicas, los guardianes del tiempo, y no estaban contentas con la presencia de intrusos.
"Debemos volver", murmuró uno de los amigos de Mariano, aterrorizado. Pero Mariano sabía que no sería tan fácil. El reloj que habían activado era la clave para salir de la isla, pero ahora parecía más un ancla que los mantenía atrapados. Las sombras se acercaban, y cada paso que daban hacía que el tiempo se sintiera más pesado, más lento.
"El reloj..." susurró Mariano, recordando las historias de su abuelo. "Tenemos que usarlo otra vez, pero esta vez debemos hacerlo bien."
Junto a sus amigos, Mariano se acercó al reloj que había caído al suelo, ahora medio cubierto de arena de la isla. Las sombras los rodeaban, casi tocándolos, pero no se atrevían a acercarse demasiado, como si temieran el poder del reloj.
Con manos temblorosas, Mariano giró las manecillas en sentido contrario, recordando las palabras de su abuelo. "El tiempo no puede ser detenido por miedo ni por fuerza... solo por quien lo entienda y lo respete."
Un destello de luz brillante surgió del reloj y, de repente, el sonido del viento de la tormenta llenó sus oídos. Las sombras retrocedieron, sollozando y desvaneciéndose en el aire. El suelo bajo sus pies comenzó a temblar, y, antes de que pudieran comprender lo que sucedía, Mariano y sus amigos fueron transportados de vuelta al ático de su casa.
El reloj, ahora en silencio, se detuvo por completo. El aire en la habitación era pesado y quieto, como si nada hubiera ocurrido. Pero Mariano sabía que no era así. Sabía que habían estado en la isla y que habían visto las sombras. Y sabía que la tormenta, "el ojo de Dios", regresaría algún día.
"¿Qué haremos si vuelve?" preguntó uno de sus amigos, mirando el reloj con temor.
Mariano, con una sonrisa tranquila, respondió: "La próxima vez, estaremos preparados."
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