El don de Canna
Desde que Canna era niña, podía sentir e influir en las emociones de los demás, algo que ella llamaba “ondas”. Esto la llevaba a evitar las multitudes, ya que las ondas negativas le causaban molestias y un dolor de cabeza insoportable. Canna vivía con sus padres, su abuela y su hermano menor en un hogar que era su refugio. Su familia era amable y siempre buscaba ayudarla, pero Canna no les quería causar problemas y ocultó que en la escuela algunos niños la molestaban, llamándola "bruja" por su aspecto sombrío y su silencio.
Un día, un chico le echó una lagartija en la comida y le dijo: “Eres una bruja, así que come”. La agarró de la cabeza y la obligó a comer. Canna cayó al suelo, preguntándose por qué le hacían eso. En ese momento, deseó con todas sus fuerzas que el chico se muriera y él cayó desmayado. Canna se sintió culpable y pensó que debía pagar por ello, aunque sus padres le decían que no tenía nada que ver y que solo fue un accidente. Desde entonces, comenzó a vestir de negro y los estudiantes se volvieron más prejuiciosos, distanciándose de ella. La agredían y le decían que se fuera de la escuela, pero ella nunca se defendía ni les contaba a sus padres lo que pasaba, sintiendo que merecía ese trato.
Una vez, su hermano se acercó y le preguntó por qué no decía la verdad sobre las burlas. Canna sentía que debía ser castigada por sus horribles pensamientos. “¿Crees que la gente existe para ser castigada solo por lo que piensa? Vas a vivir así toda tu vida”, le dijo su hermano. “Voy a rezar por ti porque no quiero que estés sola. En este mundo, lleno de personas, no es posible que no haya alguien que te atesore y te haga sentir amada”.
Años después, en el colegio, unas chicas la sujetaron y le quemaron el brazo con fósforos. En ese momento, intentó no pensar en nada y concentrarse en el dolor. En ese instante, su profesor entró y descubrió lo que sucedía. Su familia se enteró y, de inmediato, se mudaron, sabiendo que Canna no podía seguir en un ambiente así. Le pidieron que no se rindiera.
En su nueva escuela, Canna no intentó acercarse a nadie, pensando que sería falso y no quería olvidar lo que había ocurrido con el chico. Durante el almuerzo, una chica llamada Kisa le sirvió y le habló con amabilidad, como solo le había hablado su familia. Canna se sorprendió de que hubiera alguien que quisiera conversar con ella. Otra chica, Tessa, se unió a ellas. Canna pensó que eran raras y les dijo que no se involucraran con ella, pero ellas no se alejaron. Canna se preguntó si tal vez al siguiente día también la saludarían y serían amables y así fue. A partir de entonces y sin darse cuenta siempre estaba junto a ellas y el camino a casa ya no era solitario, porque había más de una sombra en el suelo.
Con el tiempo, junto a sus nuevas amigas, casi olvidó todo. Pero un día, una chica se les acercó y le preguntó a Canna si era verdad que había matado a un chico con sus ondas. La mente de Canna se agobió, y de repente, la chica tuvo un fuerte dolor de cabeza. Canna no lo soportó y huyó, pensando que había vuelto a hacer daño. Kisa corrió tras ella y le dijo que no debía alejarse. Canna lamentó haberles ocultado sobre sus ondas, pero Kisa le tomó de las manos, le dijo que eran amigas y que la quería.
Canna tenía miedo de lastimarlas y sentía que no merecía su amistad. Tessa le preguntó si realmente quería alejarse de ellas. En ese momento, Canna recordó lo feliz que había sido con ellas y lloró, admitiendo que sí quería estar con ellas. Fue entonces cuando recordó las plegarias de su hermano, Canna por fin dejo de estar sola encontró dos amigas que le abrieron su corazón y la aceptaron tal como es. Desde ese momento las ondas que la agobiaban se fueron y su don no volvió a lastimar a nadie.
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