Tus ojos en otra dimensión
(Autor: Gary Schiele)
Hoy lejana Florence, más allá del mar y de mis ojos:
Nunca te besé, ni supe a qué sabías. Ahora mismo soporto el suplicio de las cosas que no
pasan en esta dimensión, de las coincidencias que no sirven para nada, ni son capaces de
mover el mundo o los rostros de dos individuos insignificantes, como un cuento o una obra
musical que se queda atrapada en la mente de su autor y jamás es ejecutada. Un crimen. Tal
vez es culpa mía por recrear en las noches antes de irme a dormir, escuchando el mar trayendo
y llevándoselo todo, mi nariz sumergida en tu clavícula, mi mano recorriendo tu espalda
mientras te extendías como un puente, y tus ojos desorbitados, en otra dimensión, la única
donde esto podía haber pasado.
Aún me pregunto por qué decidiste acompañarme en esa caminata por la playa junto a esa
perra que mataba cangrejos. Yo jugaba solo con la perra, sin esperar que te unieras a nosotros,
hasta que llegaste a importunar y a proponer que camináramos. Caminamos dos kilómetros
en silencio, descalzos, disfrutando la calidez de la arena y la frescura de la brisa. Yo
comparaba mis huellas con las tuyas, mis pies con tus seis tallas menos. Ignorábamos que en
medio de ese silencio surgía un te-quiero-besar-pero, que ahí empezaba y terminaba lo que
nunca podría consumarse, la incertidumbre de las cosas que nunca sabremos a qué saben.
Supe que esas huellas trazaban algo que se borraría cuando subiera la marea. Y la marea
subió y los dos nos dijimos que nos deseábamos, pero que había otro, otra, otros; que aunque
nuestros labios estuvieran a centímetros no podían enzarzarse en una lucha de fluidos y
fuegos de artificio, porque después del mar, allá donde los ojos no llegaban, otros labios nos
esperaban y eso sería una traición. Supongo que el deseo no fue lo suficientemente fuerte
para salirnos de este espacio-tiempo y mandar a esos seres remotos a la mierda. Entonces
maldije la moral, la monogamia, las imposibilidades de la vida. De alguna manera te maldije,
maldije que quisieras acompañarme y dejáramos huellas en la arena. Cuando estuve solo,
mientras miraba cómo bajaba la marea y borraba todo y volvía a barajar, me pregunté con
rabia: para qué las coincidencias si no bastan, para qué las caminatas donde surge un deseo
que nunca se ejecuta.
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