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VI Concurso de Cuento Corto : El bosque de los ojitos


Solía ser mi lugar favorito, antes de que por todos estuviera maldito: El bosque de los ojitos. cuarenta y cinco años viviendo en el pueblo, y desde hace mucho más de cuarenta y cinco los niños se veían yendo, corriendo y de a brincos, de tres a las siete de la tarde al bosque a jugar. Cuando sus caritas se confundían por matorrales y troncos, y las voces se mezclaban con el susurro ronco de los olmos, al adentrarse a la niebla los padres los perdían, pero no temían, por que el bosque, ojitos, aún no tenía. Y si me preguntaran de cuando pequeño yo estaba y el bosque me llamaba, jamás pensaría que ojos habrían entre las ramitas ni en la tierrita. Pero todo eso cambiaría mientras con el pasar de los años mi lugar favorito se hacía.


En mi cumpleaños 45 pasó, fueron los chiquillos los que los descubrieron, los pequeños ojitos abiertos, husmeando en las sombras, detrás de ellos. Aunque al principio no se dieran cuenta por distraerse con sus infantiles tretas, fue mi culpa al ser descuidado, al ser torpe, al estar muy emocionado. Bastó solo uno que a lo lejos, por chance o azar los descubriera, un par de ojitos entre los arbustos, admirando tesoros regordetes, rosados, robustos. Les pareció gracioso al principio, historias de fantasmas y de ojitos que dan escalofríos. Comenzaron entonces a cazarlos, quien los encontrara podría presumirlos con valentía frente a sus compañeritos. Entonces el nombre de boca en boca famoso se hizo, el bosque de los ojitos, para todos graciosillo, inofensivo. Menos para mí, pues dejé de ir, cazar ojitos no me parecía divertido, no me dejaban jugar tranquilo.


Comenzaron a hacer planes, solo los más traviesos, los más rufianes. A cazar ojos de noche aunque no tuvieran permiso y tomarlos por sorpresa sin previo aviso. Los escuché temprano y no pude resistirme, peligroso era, y miedo me daba, pero mi lugar favorito era y ya hace mucho no iba, la emoción me ganaba. Eran tres, en el bosque se encontraban y apenas una pizca de luz de luna alcanzaba a tocar sus bocas, tocar sus caras. Agitados estaban, sudaban, jadeaban, tenían miedo, no veían nada, descubrí entonces que de noche, los ojitos seguros estaban. Escucharon un ruido, una ramita, una roca y luego un grito, salieron corriendo los 3 chiquillos despavoridos y uno quedó atrás después de un tropiezo, después de un suspiro. Solito en menos de un chasquido de dedos, el bosque lo miraba de cerca, de lejos. Llorando y moqueando el nené pobrecito, me acerqué y le dije “no temas, yo te cuido. Aquí no hay millares de ojos, no hay peligro, solo estoy yo, yo y mis dos ojitos”.


Después de 3 días lo encontraron, y yo ya sabía que un gran error había cometido. Solía estar feliz mirando de lejitos, pero entonces me dejé llevar tan solo un poquito. De inmediato me culparon y yo no supe como la verdad encontraron, hasta que pensé que quizás 3 no había, tal vez conté mal y eran 4. Y uno de ellos, el más callado, el más tímido, asustado con sus ojos pequeños nos vió escondido. Huí hacia el bosque, antes de que el pueblo entero se me viniera encima. Mi bosque, mi laberinto, los padres no lo conocían. Durante días y meses buscaron, con sabuesos y machetes en mano, pero nunca lo lograron, encontrarme era un esfuerzo en vano.


Ya son cuarenta y siete años y dejó de ser mi lugar favorito. Pero no me preocupo ni me desanimo, porque encontré otro bosque y otro pueblecillo, ahora esperaré paciente, quietecito. Habrán quienes vengan de nuevo, jugarán a las atrapadas y a los soldaditos, quizás otros rufianes que quieran hacerse los fuertecitos. Pero aprendí la lección, solo tengo que verlos de lejos, mi mar de placeres, mi bosque, mis ojitos.


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