Vine
corriendo a escribir esto porque sé que el computador registra la hora y la
fecha en que se crean los documentos. Dejo esta vaina aquí, para el que sea que
necesite alguna evidencia.
Hoy
en la mañana sucedieron varias cositas. Mi mamá me mandó a arreglar la casa
porque ella tenía que atender el negocio, me dijo que le hiciera el desayuno a
mi hermano, el chiquito, mientras ella
volvía. Esa cucha es bien cascarrabias, uno no puede decirle como “uy no, qué
me vio cara de sirvienta”, y ahí mismo es “te estás buscando tu manotazo”,
bueno, eso cuando no se lo da a uno, que le clava la mano bien duro. El cuento
es que en la mañana mi hermano se fue para la calle, y no me di cuenta, ese
culicagado hace lo que se le da la gana. Mi papá viene a dormir apenas, se pasa
el día cuidando carros, luego se va por ahí a molestar muchachitas, y regresa
en la noche con olor a cigarrillo, a veces a trago, y cuando está hediondo, es
cuando más duro nos da a todos. A mi pobre cucha es a la que más duro le pega.
Yo
medio arreglé la casa, y dije “voy a pasar por la casa de la Luisa”, mientras
busco a ese culicagado. La Luisa a mí siempre me gustó, desde chiquito, y los
papás de ella no la dejaban andar conmigo porque dizque yo era muy gamín,
entonces yo le tiraba los perros por un ladito y ella me medio copiaba, no así
que uno diga “la tengo comiendo de la mano”, pero sí le gustaba la maricada. Mi
papá siempre me decía “si usted no tiene la mujer que quiere es porque no ha
querido aceptar que es marica”, y pues el cucho levanta.
Fui
a buscar al culicagado ese donde el boquipato, pero no lo habían visto,
y en seguida, en la esquina de esa cuadra, estaba la Luisa, hablando con el
Piter, todos melosos, y a mí mi papá siempre me dijo “si uno se deja quitar a
una mujer, es porque le tiene ganas es al hombre”, y yo ahuevado no soy. Yo me
senté en el corredor de una casa a esperar que se fuera, y cuando el Piter se
iba a despedir le zampó tremendo lengüetazo, que me dio fue ganas de darle su
puñera, pero me contuve. Al ratico, me le acerqué a la casa de la Luisa, porque
a ella siempre la dejan sola en la mañana, como a nosotros, porque el papá de
ella trabaja en un semáforo vendiendo chicles, y la mamá se la dejó tirada un
día.
La
cosa es que la Luisa se portó muy grosera, y me dijo “vaya a lavar la ropa
mejor y déjeme en paz pendejo”, y yo le dije “Luisa, usted se está haciendo la
difícil para darme celos, usted cree que no me doy cuenta que me lleva ganas” y
ahí empezó a ser vulgar, así que uno tiene que hacerse respetar. Yo le fui dando
en la jeta, y usted sabe que una mujer tiene menos fuerza que el hombre, pero
la cosa se puso tensa, se calentó la escena, la Luisa empezó a manotearme, y,
no recuerdo cómo terminó en el piso. A la vuelta hay un café internet. Vine
corriendo a escribir esto porque sé que el computador registra la hora y la
fecha en que se crean los documentos, y puede usted corroborar que no miento.
Yo no lo quería hacer. Ella fue la que se quiso morir.
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