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Cuarto concurso de cuento corto: Ahora es para siempre.



Ahora es para siempre.


Kalka acostumbraba a decirnos, con su voz carrasposa y serena, que su condición no era permanente, sino una cuestión pasajera en proceso de mejora, y se recostaba a la pared a mirar el cielo por la ventana; Y no le llevo la contraria, son cosas que uno puede decir cuando tiene cinco o diez años de pena; cuando está encerrado por error y con un buen abogado y buen comportamiento puede salir antes; cuando se tienen ayudas gubernamentales. Sin embargo mi cadena es perpetua, cada quien carga su cruz claro, pero no me acostumbro a la idea de estar aquí, en la celda 33, con dos presuntos asesinos, toda mi vida, o hasta que ellos salgan.

En las mañanas, cuando salimos de las celdas al tiempo de esparcimiento, los prisioneros solo sentimos latigazos de los guardias; y la escupida mirada de un cielo que quizás nos ha olvidado. Al medio día nos clavan un plato de lentejas frías, -‘‘perdónalos dios tu que todo lo puedes, porque si yo pudiera a todo los mataba’’- pienso en voz alta. Mis compañeros me miran extrañados, no me arrepiento: ¿quién usaría su omnipotencia para perdonar? Al subir a nuestra celda rezamos un rosario para llegar a nuestro descanso nocturno. Para ser libres, necesitamos de nosotros y la esperanza de algún día ser libres; que es la sal, el calor, la cama. Lo que anhelamos para sobrevivir este tiempo es todo lo que tenemos, el anhelo.


Recibiendo el frío plato de lentejas y arroz, se me ocurrió el infalible plan para escapar de aquí de una vez y para siempre. Estudiando los turnos de la vigilancia y los puntos ciegos de las casetas de los guardias, acordamos que Kalka empezaría una batalla campal que incluyera a los conserjes, para que los guardias no se quedara de lejos apostando cuál de los reclusos sería el primero en perder un ojo. Y mientras los preocupados guardas ponían a salvo a los viejos y moreteados conserjes, yo entraría con sigilo a una de las casetas, ubicadas en las cuatro esquinas del patio de esparcimiento que eran lo necesariamente vigiladas, Castro entraría a otra y buscaríamos algo que nos ayudara a escapar, aunque fuese martillando los cerrojos.

Llevarlo a cabo fue fácil. Cualquiera que espere todo un día de humedad y gritos, y lo reciban un plato de lentejas frías va a querer matarse a puñetazos. Desafortunadamente fracasé, pues cuando pensé que era el momento preciso para tomar nuestro boleto de salida tras de mi entró un guardia grande y fortachón, al que tuve que llorarle y decirle que me daba miedo morir en la violenta trifulca que se había formado y que solo quería refugiarme. Al verme tan delgado y pálido se habrá creído el cuento, pues cercó con su cuerpo la entrada y cuando las cosas se calmaron me escoltó a la celda. No pude robar ni un lapicero para usar de puñal. Castro en cambio, había escondido una pistola en su pantalón cuando aún no había caído el primer hombre y llego a la celda antes de que me descubriera el guardia. Cuando nos la mostró saltamos de la felicidad en la celda, lloramos saboreando la brisa fresca de la libertad. La emoción duro poco pues vimos que el brillante artefacto traía una sola bala. Tan bonita y tan inútil.

Las ganas de escapar me llevaron a una iluminación casi divina, y con impulso de paracaidista escapé de la manera más segura. Disparé a mi frente.

Yo no percibo las noches; he dejado hasta los pensamientos, pues, todo el tiempo pasa igual de lento. No se imaginaran lo inútil que me siento. Pensaba que saldaría la deuda con la vida después de lanzarme y pagar mí condena. Me equivoqué. No dejé de sufrir.

A Kalka y a Castro los encontraron discutiendo con un arma y un cuerpo, no había que hacer una elaborada investigación, se supuso lo peor.

Ahora si era un hecho inmutable que estaría ahí hasta el fin de sus días, y ya que no entré al cielo, estaré aquí con ellos, para siempre.

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