Ahora
es para siempre.
Kalka
acostumbraba a decirnos, con su voz carrasposa y serena, que su
condición no era permanente, sino una cuestión pasajera en proceso
de mejora, y se recostaba a la pared a mirar el cielo por la ventana;
Y no le llevo la contraria, son cosas que uno puede decir cuando
tiene cinco o diez años de pena; cuando está encerrado por error y
con un buen abogado y buen comportamiento puede salir antes; cuando
se tienen ayudas gubernamentales. Sin embargo mi cadena es perpetua,
cada quien carga su cruz claro, pero no me acostumbro a la idea de
estar aquí, en la celda 33, con dos presuntos asesinos, toda mi
vida, o hasta que ellos salgan.
En
las mañanas, cuando salimos de las celdas al tiempo de
esparcimiento, los prisioneros solo sentimos latigazos de los
guardias; y la escupida mirada de un cielo que quizás nos ha
olvidado. Al medio día nos clavan un plato de lentejas frías,
-‘‘perdónalos dios tu que todo lo puedes, porque si yo pudiera a
todo los mataba’’- pienso en voz alta. Mis compañeros me miran
extrañados, no me arrepiento: ¿quién usaría su omnipotencia para
perdonar? Al subir a nuestra celda rezamos un rosario para llegar a
nuestro descanso nocturno. Para ser libres, necesitamos de nosotros y
la esperanza de algún día ser libres; que es la sal, el calor, la
cama. Lo que anhelamos para sobrevivir este tiempo es todo lo que
tenemos, el anhelo.
Recibiendo
el frío plato de lentejas y arroz, se me ocurrió el infalible plan
para escapar de aquí de una vez y para siempre. Estudiando los
turnos de la vigilancia y los puntos ciegos de las casetas de los
guardias, acordamos que Kalka empezaría una batalla campal que
incluyera a los conserjes, para que los guardias no se quedara de
lejos apostando cuál de los reclusos sería el primero en perder un
ojo. Y mientras los preocupados guardas ponían a salvo
a los viejos y moreteados conserjes, yo entraría con sigilo a una de
las casetas, ubicadas en las cuatro esquinas del patio de
esparcimiento que eran lo necesariamente vigiladas, Castro entraría
a otra y buscaríamos algo que nos ayudara a escapar, aunque fuese
martillando los cerrojos.
Llevarlo
a cabo fue fácil. Cualquiera que espere todo un día de humedad y
gritos, y lo reciban un plato de lentejas frías va a querer matarse
a puñetazos. Desafortunadamente fracasé, pues cuando pensé que era
el momento preciso para tomar nuestro boleto de salida tras de mi
entró un guardia grande y fortachón, al que tuve que llorarle y
decirle que me daba miedo morir en la violenta trifulca que se había
formado y que solo quería refugiarme. Al verme tan delgado y pálido
se habrá creído el cuento, pues cercó con su cuerpo la entrada y
cuando las cosas se calmaron me escoltó a la celda. No pude robar ni
un lapicero para usar de puñal. Castro en cambio, había escondido
una pistola en su pantalón cuando aún no había caído el primer
hombre y llego a la celda antes de que me descubriera el guardia.
Cuando nos la mostró saltamos de la felicidad en la celda, lloramos
saboreando la brisa fresca de la libertad. La emoción duro poco pues
vimos que el brillante artefacto traía una sola bala. Tan bonita y
tan inútil.
Las
ganas de escapar me llevaron a una iluminación casi divina, y con
impulso de paracaidista escapé de la manera más segura. Disparé a
mi frente.
Yo
no percibo las noches; he dejado hasta los pensamientos, pues, todo
el tiempo pasa igual de lento. No se imaginaran lo inútil que me
siento. Pensaba que saldaría la deuda con la vida después de
lanzarme y pagar mí condena. Me equivoqué. No dejé de sufrir.
A
Kalka y a Castro los encontraron discutiendo con un arma y un cuerpo,
no había que hacer una elaborada investigación, se supuso lo peor.
Ahora
si era un hecho inmutable que estaría ahí hasta el fin de sus días,
y ya que no entré al cielo,
estaré aquí con ellos, para siempre.
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