PACO, EL PEQUEÑO GUERRERO
A mi mascota no se la llevó
la muerte, yo sé la entregué.
No me la arrebató, yo la tuve
en mis brazos y se la pasé suavemente.
Fue un acuerdo pactado entre
Paco y yo, el día en que supimos que en este mundo, la realidad era
insostenible, y charlamos largo y tendido sobre lo que íbamos a
hacer.
Paco era un French Poodle,
guerrero celta de pelo blanco, guaguaú salvaje de ojos negros y
profundos sin miedo a nada (excepto a los insectos, porque todos
tenemos talón de Aquiles), de ladrido fiero con sangre de rottweiler
dispuesto a todo.
Libramos cinco meses de
batallas indescriptibles, en los que mis fuerzas flanquearon y su
mirada me decía que todo iba a estar bien, hubo días en que él
desfalleció y yo lo sostuve.
Ganamos con valentía cada
enfrentamiento.
Sin embargo, no siempre ganar
las batallas significa ganar la guerra. Y, en ocasiones un héroe
griego debe saber cuándo retirarse con dignidad.
Paco era un tenaz perrito de
nueve kilos que luchó hasta el final contra un gigante, uno tan
grande que ha sabido llevarse a lo más valientes.
Si me preguntan, el cáncer es
como esos titanes que Zeus derrotaba.
Mas no significa una derrota,
porque no nos derrumbó. Nuestro amor es tan grande, que ni la muerte
o alguna enfermedad lo toca, vence los monstruos más grandes y
acobarda a cualquier demonio.
Nos fuimos con la cabeza en
alto, sabiendo que habíamos luchado como los mejores, y nos
marchamos juntos, abrazados, burlándonos de la muerte que promete
soledad y dolor, cuando en ese preciso instante, en que ella llegó a
atemorizarnos solo quedó amor y tranquilidad.
A fin de cuentas, nadie se
llevó a Paco de mi lado, porque cuando camino, aún siento sus pasos
a mi lado cuidándome.
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