I
"La
energía es pureza y trasmite luz, pero en ti causará soledad y
desdicha".
Vani,
con su piel le robaba brillo al sol, sus cabellos como las algas
marinas y oscuros como la penumbra, sus ojos color miel y sus labios
una fruta fresca. En la figura de su cuerpo las miradas se
precipitaban al vacío. Su extraordinario ser era comparado con una
diosa, con Oshún. Tan hermosa era que un duende quedó locamente
enamorado de ella y le confesó su mayor anhelo: Deseaba casarse con
aquella deidad, pero Vani con su orgullo perentorio no quería que la
desposara un duende, su cuerpo no era para cualquiera, ella anhelaba
un gran hombre. Prefería quedarse sola o ser del primer hombre que
deseara su cuerpo antes que estar con una criatura así.
Con
el corazón destrozado, el duende le profirió una maldición,
sentenciándola a nunca encontrar un amor correspondido. "Todo
hombre que se enamore de tu belleza, perderá el brillo del amor que
se acumulará en ti como una energía que incrementará
descontrolada."
Desde
entonces, muchos hombres en el pueblo empezaron a volverse grises y
fríos. Y sus mujeres advertían que cada vez que un hombre pasaba
cerca de Vani y admiraba su hermosura, ellos perdían el brillo de
sus ojos y ante las demás chicas eran gélidos y con una mirada
oscura y desorientada.
Ella
se encerró en su casa, pero la energía en su cuerpo incrementó a
prisa, era incontrolable. Mucho tiempo transcurrió y Vani no salía
de su morada. Ahora su vivienda estaba tomada por la maldición: Un
campo de energía azul en degradé la rodeaba y de ella salían
chirridos extraños, gritos desgarradores que ensordecían los oídos
a cualquiera y lamentos vacíos que inundaban sus conciencias. Los
vecinos la acusaron de bruja, pero Vani, sin lograr controlar aquella
energía en su cuerpo, se perdió en el embrollo de su mente.
II
Empapado
de pies a cabeza caminaba por la calle en donde divisó una casa que
extrañamente ardía, sí, de esa vivienda se desprendía un campo de
energía. Esa gran luz anunciaba la presencia de Vani, pero Iván no
supo esa historia.
Era
una noche diferente. Llovía a cántaros, los árboles silbaban, el
firmamento se despedazaba y los relámpagos iluminaban a Iván, un
forastero atormentado por su pasado oscuro, triste y solitario. Con
el corazón en mil pedazos, andaba por el vecindario con la mente
vacía, sin rumbo fijo.
Algo
había en ese lugar que lo absorbía. Sin dudarlo y sin temor caminó
hasta la casa, y entró haciendo caso omiso al campo de energía.
Vani
apareció con una tristeza inconsolable y sus lágrimas acariciaban
su mejilla sin perder el hilo. Iván detalló su mirada con gran
pena. Se acercó a ella, la miró fijamente, cortó el hilo de sus
lágrimas y se aproximó a su oasis para saciar la sed que crecía en
él cada segundo. Le arrancó las vestiduras y conquistó cada rincón
de su cuerpo, bebió largos sorbos de ella, miró las galaxias y
flotó en la nebulosa.
III
La
casa quedó en una penumbra inquietante. Iván comenzó a brillar.
Miró a Vani y descubrió su belleza, se dio cuenta de que había
estado con la mujer más bella, con una diosa y se pertenecían.
Estaban hechos el uno para el otro, pero Iván era el nuevo portador
de la maldición que aquel duende le hizo a Vani. El forastero huyó
de la casa dejando a su amada profunda. Llegó a un burdel y en medio
de una orgía vació toda la energía que Vani le había transferido.
Él
regresó donde su amada y se la llevó lejos. Pero aquellas que ahora
portaban la maldición del duende repartieron gotas de energía entre
cada hombre del lugar y éstos entre cada una de sus amadas. Y fue
así como en el pueblo la energía los llenó de desgracia, los llenó
de desamor.
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