AMOR
DE SANGRE
Julieta
era la mujer más bajita de la clase, también era silenciosa y la
que más destacaba académicamente. Yo estaba completamente enamorado
de ella, recuerdo con intensidad cada mañana que llegaba y, aunque
su pupitre estaba ubicado a diez puestos delante del mío, el olor a
jabón cocó de su cabello se esparcía hasta las colinas donde
estábamos los más vagos, era algo afrodisiaco para mí. Incluso, me
masturbé un par de veces imaginando su cabello sobre mi rostro.
Sin
embargo, lo que vino después sucedió como dice mi abuela: “en un
abrir y cerrar de ojos”. Mientras ella avanzaba yo me quedé en
grado octavo durante tres años más. Cuando por fin logré pasar a
noveno, y eso gracias a la intervención de mi tío Jaime que le
regalaba perico al profesor de física, Julieta ya no estaba. Sólo
quedó su foto en un marco de aluminio dorado con una reseña que
decía: “Promoción 2019 mejor estudiante”.
Diez
años después, en una tarde de septiembre, cuando la sonrisa
enmarcada de Julieta ya la había borrado por completo de mi memoria,
apareció. Con la misma estatura, se acercó a comprarme una bolsa de
heroína. No dudé un momento que era ella, como tampoco mi mano y mi
entrepierna. Era inconfundible el olor a jabón coco de su cabello.
Ella no me reconoció y tampoco creo que se acordará de mí, es más,
a estas instancias de la vida nadie sabe qué sería de los vagos de
las colinas de atrás, como solían decirnos jocosamente los
profesores. Le pasé una bolsa gorda de heroína que tenía reservada
para la rumba de esa noche y le dije que era cortesía de la casa,
por ser la mejor estudiante. Ella sonrió a medias y sin soltar mi
mano cuando recibía mi regalo de grado me hizo un gesto atrevido con
su boca cerrada moviendo su lengua a gran velocidad de arriba a abajo
por el interior de su cachete derecho.
Esa
tarde fue mágica y se extendió unas cuantas horas; incluso
terminamos “chuteándonos” la bolsa entre los dos. Recuerdo que
alcancé a contar y oler cada uno de sus cabellos y, en el corto
instante cuando la vena se abre y el cerebro experimenta una
convulsión de cien orgasmos, todos tenían el sabor a jabón coco. A
la mañana siguiente Julieta ya no estaba, se había marchado como la
última vez en el colegio, “en un abrir y cerrar de ojos”. A
pesar que no dejo su teléfono, dirección o correo aún conservo lo
más importante, la evidencia de nuestro amor en una jeringa, de este
amor de sangre.
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