DROMEDARIUS
Aun
puedo ver el sol, aún nuestras sombras se proyectan en la arena lo
suficientemente definidas como para creer que sigo respirando.
Recuerdo cuando todo comenzó, en un principio la gente era feliz,
cada uno sobrevivía con lo que tenía, con lo que hacía, algunos
sembraban, otros tejían, unos cuantos comerciaban y los más
intrépidos iban a cazar al desierto. Si tan solo lo hubiéramos
sabido, si tan solo en aquel momento hubiéramos tomado la decisión
correcta, pero en aquel entonces éramos una comunidad ignorante,
creyente de cualquier cosa, capaz de confiar en lo impensable; en
aquel entonces él también lo sabía, y se aprovechó de eso. Cuando
él llegó, no teníamos la menor idea de lo que nos iba a pasar, y
entonces él empezó a hablar, a prometer, a ponernos a soñar.
Desde
tiempos ancestrales, el agua, ese preciado líquido transparente,
capaz de darnos la vida y también la muerte, ha sido uno de los
elementos más complicados de tener en el Oasis, solo algunos viejos
pozos escavados por los grandes sabios nos brindaron algo de esta
maravilla natural, lo demás debíamos traerlo de occidente, donde
nos obligaban a trabajar hasta muy tarde para pagarlo. Pero entonces
él nos dijo que podía hacer agua, que con sus semillas podía
lograr que lloviera, y que cada cuanto, debíamos sembrar algunas
semillas para devolver a la tierra el favor que nos hacía.
Hasta
allí nos parecía increíble, casi un milagro para el Oasis, y por
supuesto, alguien preguntó a cambio de qué se podía obtener toda
esta infinita trascendencia, entonces él nos pidió nuestras cosas,
parecía poco para lo que íbamos a conquistar, él nos pidió
nuestra cosecha entera, pero la podíamos volver a sembrar, él nos
pidió todas nuestras telas, pero las podíamos volver a tejer, él
nos pidió todas nuestras monedas, pero las podíamos recolectar de
nuevo, y él también nos pidió todos nuestros animales a excepción
de uno, esos también los podíamos conseguir, así que entonces nos
pasó las semillas, eran unas cien semillas, y nos dijo que cuando
necesitáramos agua, lo que teníamos que hacer era poner una semilla
en una olla con un poco de vino, luego ponerlo al fuego, y esperar a
que hirviera, entonces debíamos subir a la colina más alta y dejar
que el vapor ascendiera hasta el cielo, se formarían nubes y luego
llovería, al menos un día entero, y que cada vez que utilizáramos
diez semillas, deberíamos sembrar otras diez en la orilla de una
gran palmera que estaba en el centro del oasis, allí crecería un
nuevo arbusto pequeño y frondoso color amarillo que nos daría otras
cien semillas.
Ese
era el trato. Y nosotros le creímos. Al otro día, él partió con
todas nuestras cosas y lo perdimos en el horizonte tras un par de
montañas de arena. Por supuesto, seguimos con nuestras vidas, hasta
que se agotó el agua que había, entonces alguien pidió usar las
semillas, yo me encargué de hacerlo, tomé una semilla y la puse en
la olla con un poco de vino, luego la calentamos y esperamos a que
hirviera, cuando vimos mucho humo saliendo de la olla, la llevamos
hasta la colina más alta cercana al Oasis, una que nos permitía ver
más allá de las dunas, más allá de los cactus que se erigían a
lo largo del camino hacia el Oasis, justo allí dejamos la olla, en
la cima, y el vapor empezó a subir hasta los más alto del cielo y
las nubes se empezaron a formar, parecía que todo era verdad, pero
luego algo pasó; las gotas de lluvia que caían se deshacían en el
camino, como si el viento las absorbiera, como si el sol las
evaporara tan rápido que no alcanzaban a llegar al suelo, y
entonces, el agua nunca llegó, ni la siembra, ni la tela, ni el
comercio ni la caza. El oasis entero desapareció, la gente se fue, y
solo quedamos este pequeño dromedario y yo, caminando con la última
semilla, buscando un nuevo oasis donde necesiten agua para venderla,
a ver si les funciona.
NEPTUNO
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!