Cuarto concurso de cuento corto: La perdida, pérdida.





1

La perdida, pérdida.

Por: Eliézer Garambella


Mi agüelo.

Era un viejo de gafas, jubilado y encorvado. Sólo caminaba derecho cuando había elecciones en el pueblo, o sea como una vez al año, o algo así, ya no lo recuerdo.

El pueblo era frío y montañoso y como en todos ellos su gente fría e indiferente. No había mucha tampoco, era más bien una vereda que le decían la perdida.

Había sido fundada por gente perdida en las montañas que huían de la violencia, esta era la única forma que la perdida era encontrada.

Eran tiempos de elecciones, y en estos días no faltaba qué comer, beber y hasta con quién bailar.

Lo primero que mi agüelo hacía cada vez que llegábamos al puesto de votación, era preguntar si su esposa, mi agüela, ya había votado.

Curiosamente, siempre le respondían que sí. Al principio pensaba que la agüela se adelantaba y votaba primero, pero nunca entendía por qué no esperaba al agüelo. Lo cierto, es que cada día entendía menos.

Hasta que decidí por fin, luego de mucho pensarlo, meditarlo, estudiarlo, ensayarlo… preguntarle, ¿agüelo cuándo será el día en que veré a mi agüela? Estaba tan entusiasmado por la respuesta que me atreví a decirle que le había escrito una carta contándole las aventuras que hasta el momento habíamos tenido. Pero mi agüelo, solo sonrió y me miró fijamente a los ojos, eran sus ojos grandes y fuertes pareciera que se lo iban a tragar a uno, me miro tan fijamente que yo sonreí con él, al tiempo que mi cara se llenaba de calor. Luego, me dijo que quizás algún día, aunque ni en fotos la hubiese visto… sin entender de nuevo, callé y me quedé pensando, ya era un niño grande y debía guardar silencio cuando no comprendiera algo. Hay que hacerse el interesante, decía mi agüelo cuando guardaba por mucho tiempo silencio.

2


Yo le preguntaba si estaba triste… los días de votaciones, eran los días donde mi agüelo más se hacía el interesante. Pero esta vez, fue diferente. Ya no le pregunté si estaba triste, le pregunté por ella, por la agüela, le pregunté, por qué preguntaba por ella en el puesto de votación cada vez que había votaciones y por qué esperaba hasta ese día para saber de ella y cuándo la conocería y… el agüelo volvió a sonreír. Pero su mirada era diferente, esta vez su gracia era distinta, su aliento más frágil y su respiración larga como los suspiros de la luna que contempla al mar. Me explicó que, aunque la agüela se hubiera perdido hacía tanto tiempo, papaíto, no ha dejado de votar sagradamente en cada elección y que lo más curioso era que se hubiera vuelto tan políticamente correcta después de su pérdida. Le dije a mi agüelo que, si la agüela hacía eso, sin haber votado en vida una sola vez, no quería imaginarlo a él luego de que se fuera a encontrar con ella… guardó silencio un rato, me miró sonriendo entre desilusionado y avergonzado, porque quedé en las mismas y me dijo, no sé papito, no sé. Sonreí de ver la ilusión de mi agüelo y por el orgullo de tener una agüela políticamente correcta, pues a pesar de no entender qué significaba eso después de todo, supuse que tendríamos un mejor mañana porque en la perdida los muertos votarían mejor que los vivos.

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