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Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17: El declive de la magia.





A chavita

F(x)= -x+12: el declive de la magia.


En un tiempo atrás, antes que gobernaran los hombres, existió una raza que albergaba en su corazón el fuego prometeico, eran magos, pero para su infortunio desde sus inicios este fuego estaba condenado a extinguirse.

Eran diversos en aspectos y colores, vivían tranquilos y leían sin restricción los doce tomos de Arquímedes: libros esculpidos en el más fino mármol negro. Ubicados en la gran plaza central de la Atlántida, en ellos moraban todos los hechizos y conjuros posibles; allí se podía aprender libremente las artes mágicas. Hasta el día que Alik el patriarca de los magos rojos que había estudiado inquebrantablemente los manuscritos sabiéndolos de memoria, afanado por la gloria se propuso ser su único conocedor y en un instante de desequilibrio o locura los destruyo iniciando una guerra entre todos los magos, pero a pesar de sus estudiados cálculos al final de esta ofensiva mágica solo sobrevivió el patriarca amarillo.

Rustam el pálido, el último atlante afligido por la soledad que dejo la guerra, antes de morir busco consuelo entre los hombres para compartir la llama de su corazón y todos sus hechizos. Los hombres hábilmente lograron aprender todos los secretos de la magia, pero aconteció que al recibir el fuego de las alturas, la fuente mágica corrompía los corazones blandos encendiendo el rojo fuego de la traición, y un profundo egoísmo invadía a aquellos hombres llevándolos a revelarse contra sus mentores. Los nuevos maestros, habiendo traicionado a sus propios mentores tratando de continuar con el legado del patriarca amarillo ya ausente, a una edad senil buscaban un alumno para enseñar todos sus saberes, pero vaticinando la traición de la que se cernía sobre ellos se guardaban para si un hechizo hasta la tumba, que el aprendiz nunca llegaba a conocer; pero esto llevo a una función lineal decreciente de olvido que se finalizó cuando Yerik el último mago de la duodécima generación de Rustam, solitario sin discípulo y sin nada que enseñar decidió encender con el fuego de la magia la llama de un caldero de acero, y exclamo:


“…aquí no podrás traicionar a los hombres”

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