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Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17: MUY TARDE EN LA NOCHE





MUY TARDE EN LA NOCHE


Por Libia DU


Como todas las noches, empujó el banquillo de madera hasta acercarlo al espejo. En su mano izquierda sostenía la peineta y los topitos de colores. Se sentó a esperar hasta que el golpe de la vieja puerta de madera le anunciara que Bem, su padre, había llegado a casa. Todos los días lo esperaba para que trenzara su cabello, a pesar del cansancio con el que llegaba por días largos de lavar pisos, baños y planchar ropa ajena. Así se ganaba la vida. La media noche se acercaba, y los ojitos de Luciana, “Luchita” como le decían de cariño, se iban cerrando poco a poco. Ya era tarde y su padre, no llegaba. Bajó del banquillo y se sentó en la alfombra empolvada hasta que se fue quedando dormida. La enorme cabellera rizada le sirvió de almohada. Su primo Julio, diez años mayor que ella, había venido a pasar vacaciones. Ese día él había ido a quedarse donde la abuela, al pueblo que estaba a dos horas de la ciudad; pero le tocó devolverse por un retén donde seguramente lo habrían dejado, ya que no tenía libreta militar. Al llegar de nuevo a la casa de Bem y Luchita, Julio tocó varias veces la puerta. Comenzó a desesperarse porque nadie abría. Se le ocurrió subirse por la reja de la casa de al lado y entrar por la ventana. Con dificultad trepó la reja, abrió la ventana y entró al cuarto de Luchita. La vio sobre la alfombra y sintió ternura. Dejó el bolso en el banquillo y se agachó para levantarla y llevarla a la cama. Ella dio un suspiro como queriendo despertar pero estaba profunda. «Nana, nana, na», le cantaba al oído para que siguiera durmiendo. De pronto, mientras la estaba acostando sobre la cama, vio que el short azul que tenía puesto se le levantó un poco. Sus calzoncitos quedaron al descubierto. Julio la miró fijamente. Su mirada ya no era de ternura. Luchita seguía dormida. Julio le dio la espalda y se quedó unos segundos pensativo mirando a través del vidrio de la ventana. Regresó junto a la cama de Luchita, deslizó sus dedos anular y corazón sobre el rostro de la pequeña y la cubrió con la cobija de ositos. Caminó hacia la salida del cuarto, apagó el bombillo y cerró la puerta. Luchita despertó. Sentía que le faltaba el aire. Sentía un dolor que no entendía. La puerta vieja de madera sonó. « ¿Papi?», preguntó muy asustada. Nadie respondió.

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