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Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17 El Canalla.




El Canalla.

En esa casa vivía doña Cecilia, o doña Chechi, como solían decirle. Siempre vivían a puerta cerrada. De vez en cuando se veían algunas personas entrar y salir, pero nadie sabía exactamente qué relación tenían entre sí, y a doña Chechi sólo se le podía ver cuando se asomaba a la ventana.

El aspecto más curioso de doña Chechi, era que sabía todo acerca de la cuadra, absolutamente todo, y en realidad hablaba con muy pocas personas, tal vez sólo una, mi abuela, pero conocía la vida de todo el mundo.

Éramos vecinos y era profundamente amable conmigo. Cada vez que abuela venía de hablar con ella, a través de la ventana, me traía un dulcecito que doña Chechi me mandaba.

* * *

Estaba sentado en el andén de mi casa, cuando doña Chechi me llamó para regalarme una galleta. Fuí y hablé con ella un rato, fue un momento muy agradable, aunque me hizo sentir que se sentía sola y encerrada, y que quería salir, salir a vivir con intensidad.

Se murmuraba, en la cuadra, que el hombre de la casa, don Ignacio, era una porquería de persona, que la golpeaba. Por eso, cuando don Ignacio bebía, usualmente en quincena, doña Chechi no se asomaba en unos dos o tres días. Todos decían que en esos días, se disipaban los moretones que ese hombre horrible le causaba. Le pregunté a abuela si esto era cierto, ella lo negó y me dijo que doña Cecilia se encontraba muy ocupada esos días, que por ello no se le veía. Le creí a abuela porque un hombre nunca le debe pegar a una mujer.

* * *

El viernes que llegué de la escuela, cuando entré a casa, me sorprendí de ver a doña Chechi sentada a la mesa. Era la primera vez que la veía fuera de su casa, y ahora estaba precisamente en la mía.

Almorzamos como de costumbre, con la única peculiaridad de que doña Chechi lo hacía con nosotros. Luego del almuerzo, se despidió y salió hacia su casa. Apenas hubo cerrado la puerta, le dije a abuela:

Abuela... ¿Y ese milagro?

  • La invité ayer y me dijo que no, pero aún así hice un poquito más hoy, hizo cara de que sí iba a venir.

  • * *

Pasó una semana después del almuerzo, sin que doña Chechi se asomara a la ventana. Todos murmuraban que el salvaje de don Ignacio se había propasado esta vez, pero yo no les creía, porque un hombre jamás le debe pegar a una mujer.Al día siguiente, a eso de las 8:00 p.m., vi a través de mi ventana un carro llegar a la casa de doña Chechi, era negro y largo, no había visto uno así en mi vida. Bajaron dos hombre vestidos de negro, como uniformados. Tocaron, entraron. Luego salieron con un ataúd pequeño, y junto a ellos don Ignacio. Dejaron el ataúd en el carro. Uno de ellos volvió hacia la puerta y don Ignacio le entregó unos papelitos, quizá billetes, no podía ver bien. También salieron las otras personas que vivían en la casa, todas excepto doña Chechi. El carro se llevó el ataúd, todos entraron a la casa y cerraron la puerta. No vi llorar a nadie, así que me llené de ira y llamé a abuela, ella vino corriendo al escuchar mi voz, grave, opaca. En el instante en que llegó, sentí cómo mi garganta se liberaba del estrangulamiento por el sollozo y grité:

Abuela... ¡Ese canalla la mató!

Abuela me abrazó. Lloré toda la noche por doña Chechi, quizá, la única persona que lloró por ella. Lloré en los brazos de abuela. Nunca se apartó de mí, pero no lloró conmigo. No sé qué sentimiento la abordó, pero tuvo que ser algo inmenso, porque no pararon de temblarle los brazos.



L. Byron.

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