LA LEY
—Toca matarlo. Así
no podemos seguir.
—¿Qué? No, cómo
se les ocurre tal acto de barbarie.
—El compáire
Pedro tiene razón. Sólo hay que mirale la pierna pa’dalse cuenta.
Con unos tiros en la cabeza tiene. Pa’mí que ni los jiente.
—Ya les dije que
no. ¡Nadie lo va a matar!
—Es la ley,
doctor: el que no pue’a segui se lo mata, y listo. Sin problemas.
—Me importa un
culo su tal ley, ¡malnacidos! Nadie va a matar a nadie, ¿entienden?
—Pues eso está por verse, doctor Marcos.
Pedro toma con
fuerza a Marcos del hombro y lo tira contra el suelo. Le pone una
rodilla en el pecho y lo aprieta fuerte contra la tierra. En la caída
Marcos escucha un crujido interno, un dolor secreto que le nace en la
pierna. Juan ya ha sacado su Smith and Wesson.
—Juan, por favor,
no tiene que hacerlo.
Juan se acerca a
Marcos y se arrodilla para ver su rostro untado de tierra. Dispara
tres veces a la cabeza. La ensalada de sangre y sesos salpica a los
tres hombres por igual. Marcos ve cómo su caballo se desplomaba
junto a él; ambos comparten el mismo lecho.
Marcos se pone en
pie. Juan guarda el revólver y mira cómo Pedro vuelve a su caballo.
Mientras tanto, Marcos se esfuerza por llegar junto a él y subir al
caballo sin que noten que se ha roto la pierna.
—Qué pesa’o
está, don Marcos —dice Juan, aún con el revólver en la mano.
Henry Simon
Leprince
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