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Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17 : Una emisora en el cielo



Una emisora en el cielo


Andrés Cuero tenía el don sensitivo de la palabra, la capacidad y el tacto de entablar una conversación carismática. No sabía leer ni escribir, su habilidad la aprendió de narradores orales que estuvieron de paso por su pueblo natal, antes de ser azotado por las disputas entre la guerrilla y el paramilitarismo, huyendo forzosamente con el recuerdo de sus padres ultimados por dos sujetos de camuflado, pañoleta naranja y cicatriz diagonal en sus parpados

Terminó en Cali donde creció entre el rebusque que le podría garantizar su garganta:

Pregonero de busetas, almuerzos y zapatillas al por mayor y al detal.

Andrés conoció a Claudio Orestes, estudiante de comunicación social, quien también vivía del comercio callejero. El drama de la guerra y ser desterrados de sus hogares natales los convirtió en amigos inseparables.

¿Cómo hablar de los que mueren a diario? ¿Cómo hablar de los que no aparecen en los periódicos? Eran las preguntas que se hacían ambos mientras desayunaban en una panadería del centro. Claudio tenía en mente un proyecto y le propuso a Andrés ser su socio aprovechando la versatilidad de su voz. Pero necesitaba el puntillazo final que articulara la nube de ideas que merodeaban su cabeza. La solución apareció súbitamente en una canción que sonaba en la radio: Andy Montañez convocando a una legión de músicos y soneros por orden de San Pedro. Andrés, pestañeando con lucidez espontanea le dijo a Claudio: “¡En el cielo habrá una emisora!”

Consiguieron un cuarto prestado y montaron una cabina de radio. Cubrieron las paredes con cartones de huevo para mejorar la acústica, un portátil barato, micrófonos y algunos audífonos que les regalaron. La emisora tenía como propósito homenajear a sujetos que nunca acaparan los noticieros; los anónimos que mueren a diario. Cada doliente se acercaba a contar anécdotas sobre el difunto, haciéndolo sentir que su paso por la tierra no fuera en vano. Con la impecable voz de Andrés los luctuosos momentos se convirtieron en intimas tertulias, conociendo facetas insospechadas de los muertos: algunos fueron cantantes,
militares condecorados y hasta escritores inéditos. Demostrando que el anonimato no es sinónimo de aburrimiento o monotonía

Los muertos por edad representaban las pláticas más amenas; había resignación y madurez en el sentimiento de los dolientes. En los muertos por cáncer o enfermedades terminales aun el duelo seguía latente. Los más difíciles de tratar eran los que murieron por culpa de atracos o victimas de alguna bala perdida.

Pero los más delicado y espinoso de tratar para Andrés eran los muertos del conflicto armado; de una guerra que no nos pertenece; una disputa por la perpetuación de poderes inútiles y del cual somos carne de cañón; borregos instrumentalizados en el alfiler del matadero.

Un día llegó un tipo solicitando hacer un homenaje a su hermano, Claudio inconscientemente lo dejó entrar mientras Andrés terminaba de hablar con la familia de una anciana que murió sonriente viendo las estrellas desde su sillón de paja. Ante el primer contacto cara a cara, la cicatriz diagonal de su parpado y la primera palabra musitada, Andrés se dio cuenta que era el tipo que violentó su casa en aquel entonces. Vino a honrar la memoria de su hermano que hace una semana murió por fiebre amarilla (una muerte muy limpia para lo que fue su pasado). Andrés, invadido por sentimientos mezclados, continuó hablando, preguntándole sobre su pasado, a lo que el tipo omitió en un largo silencio y luego asintió lo siguiente:

-Mi hermano en sus últimas palabras se mostró arrepentido de sus errores cometidos, sobre todo por haber matado a la familia de un chico hace varios años, por eso a nombre de él y el mío pido perdón porque sé que él me estará oyendo.

  • Créeme -le dijo estrechado su brazo ante la pálida mirada del ex bandido- él te perdonará, es más liguero perdonar que cargar un resentimiento a cuestas.

El momento quedó sellado con un abrazo entre el perpetrador y su víctima, la reconciliación que estos tiempos necesitan para que la paz no sea una simple firma en el papel y supere los horizontes de la incredulidad y el miedo.


Qasikay

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