Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17: EL SUSTO




EL SUSTO

Era tarde ya, la llegada del siguiente día se anunciaba no por la oscuridad, sino por la agonía de las horas, caminaba solitario por la carrera 28 sentido sur-norte, iba para mi casa ¿De dónde venía tan tarde arriesgando la vida por tan peligroso camino? Así es cuando uno se enamora, la valentía en cuanto con ella estamos pero luego… en plena soledad teme uno que no le pase nada, que no le salga un maleante y le haga daño. Pensaba en muchas cosas mientras caminaba “¿Por qué no me vine más temprano? No… sea lo que sea, pase lo que pase, no me arrepiento”. La Soledad, era tal que ni los perros callejeros se veían en las basuras que arroja la “civilización”, por la carretera algún carro veloz pasaba sin advertir la orden del semáforo, y la luna fue despidiéndome de su compañía, pues una gran nube espesa se fue postrando entre ella y yo. Comenzó a ventear fuerte, ‘vientos del sur’ pensé, la camisa azul que llevaba puesta me forraba la espalda, qué serenidad. Caminaba tranquilo, sonriente, poco tenso y más rápido.

Pero esa serenidad no duró mucho, porque antes de cruzar la calle 35 y pasar frente a la parroquia Santa Rita, vi que se encontraban tres tipos con aspecto extraño, con gorras de color diferente, uno estaba en bicicleta y los otros dos estaban sentados en los muros del jardín de la parroquia. Escuchaban la música actual, no me pregunte cuál pues a eso no le presté atención, lo que sí recuerdo muy bien eran sus caras… ¡Huy, qué susto! También fumaban hierba; Yo no sabía qué hacer, si devolverme… “pero no, eso les demuestra miedo y si no tenían intenciones de nada… les daría razones, ¿Qué hago?”. “No, carácter, les paso de frente mostrando seguridad y poniendo la cara de malo…”, ya pasaba por el lado de ellos sin mirarlos, “¿Será que los saludo?”, pensé. “¿Será que les pido hierba?”. “No…, yo ya no fumo”. Yo sabía que ellos sí me estaban mirando de arriba abajo. El de la bicicleta se acomodó en ella mientras tosía, no sé si por el viento o por el humo de la hierba, “¡Le va a coger duro!” pensé. Una vez los iba dejando atrás a dos, tres, cuatro pasos… soltaron la carcajada, seguí caminado mirando con mis oídos atentos, crucé la parroquia, me mandé una bendición mal hecha diciendo: “que no me pase nada por dios… ya creo, yo creo, y yo creo”.

Aumenté la velocidad de mis pasos, el viento comenzó a soplar más y más fuerte…“¡Ay!”, “¡Ay, juemadre, me vienen siguiendo!”. No me atreví a mirar en ningún instante, el corazón me afluía sangre impetuosamente, se me quería salir. Sentía la sensación en las entrañas de cuando en un sueño uno está cayendo al vacío. Los escuchaba atrás como si caminaran sigilosamente, “Creen que no los he escuchado, pero los delató el ruido de una vaina como plástica… yo no sé”, lo más extraño es que no escuchaba la triquetera de la bicicleta, anduve más veloz, sin correr pero con ganas, parecía competidor de carrera tipo marcha, “no, no me alcanzan… dios mío… los escucho al pie”, empecé a sudar frío, lo supe por mi frente “¿Por qué huyo? ¿Qué me pueden robar? Pues nada… por eso mismo huyo, porque por no tener nada me pueden hacer algo… ¡juemadre… no vuelvo a salir tan tarde. Ya sé que vienen tras de mí ¿por qué no me atracan de una vez?”. “No… yo no me los aguanto más, ese rosar del plástico con el suelo que se traen ya me hartó”. Así que antes de llegar al cruce de la calle 36, me armé de valor, llené de aire mis pulmones y volteé…

En ese instante una polvareda me hizo cerrar los ojos y afinar los oídos, y pasó tan cerca… tan cerca el ruido que me estremecí del susto, pero al final pude abrí los ojos. El alma me volvió al cuerpo con el suspiro que exhalé al ver que de ellos ni el rastro, pues quién me venía siguiendo era una simple chuspa blanca que se arrastraba por el suelo. ¡Taxi, taxi!

Quintero N.


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