EL SUSTO
Era tarde ya, la
llegada del siguiente día se anunciaba no por la oscuridad, sino por
la agonía de las horas, caminaba solitario por la carrera 28 sentido
sur-norte, iba para mi casa ¿De dónde venía tan tarde arriesgando
la vida por tan peligroso camino? Así es cuando uno se enamora, la
valentía en cuanto con ella estamos pero luego… en plena soledad
teme uno que no le pase nada, que no le salga un maleante y le haga
daño. Pensaba en muchas cosas mientras caminaba “¿Por qué no me
vine más temprano? No… sea lo que sea, pase lo que pase, no me
arrepiento”. La Soledad, era tal que ni los perros callejeros se
veían en las basuras que arroja la “civilización”, por la
carretera algún carro veloz pasaba sin advertir la orden del
semáforo, y la luna fue despidiéndome de su compañía, pues una
gran nube espesa se fue postrando entre ella y yo. Comenzó a ventear
fuerte, ‘vientos del sur’ pensé, la camisa azul que llevaba
puesta me forraba la espalda, qué serenidad. Caminaba tranquilo,
sonriente, poco tenso y más rápido.
Pero esa serenidad
no duró mucho, porque antes de cruzar la calle 35 y pasar frente a
la parroquia Santa Rita, vi que se encontraban tres tipos con aspecto
extraño, con gorras de color diferente, uno estaba en bicicleta y
los otros dos estaban sentados en los muros del jardín de la
parroquia. Escuchaban la música actual, no me pregunte cuál pues a
eso no le presté atención, lo que sí recuerdo muy bien eran sus
caras… ¡Huy, qué susto! También fumaban hierba; Yo no sabía qué
hacer, si devolverme… “pero no, eso les demuestra miedo y si no
tenían intenciones de nada… les daría razones, ¿Qué hago?”.
“No, carácter, les paso de frente mostrando seguridad y poniendo
la cara de malo…”, ya pasaba por el lado de ellos sin mirarlos,
“¿Será que los saludo?”, pensé. “¿Será que les pido
hierba?”. “No…, yo ya no fumo”. Yo sabía que ellos sí me
estaban mirando de arriba abajo. El de la bicicleta se acomodó en
ella mientras tosía, no sé si por el viento o por el humo de la
hierba, “¡Le va a coger duro!” pensé. Una vez los iba dejando
atrás a dos, tres, cuatro pasos… soltaron la carcajada, seguí
caminado mirando con mis oídos atentos, crucé la parroquia, me
mandé una bendición mal hecha diciendo: “que no me pase nada por
dios… ya creo, yo creo, y yo creo”.
Aumenté la
velocidad de mis pasos, el viento comenzó a soplar más y más
fuerte…“¡Ay!”, “¡Ay, juemadre, me vienen siguiendo!”. No
me atreví a mirar en ningún instante, el corazón me afluía sangre
impetuosamente, se me quería salir. Sentía la sensación en las
entrañas de cuando en un sueño uno está cayendo al vacío. Los
escuchaba atrás como si caminaran sigilosamente, “Creen que no los
he escuchado, pero los delató el ruido de una vaina como plástica…
yo no sé”, lo más extraño es que no escuchaba la triquetera de
la bicicleta, anduve más veloz, sin correr pero con ganas, parecía
competidor de carrera tipo marcha, “no, no me alcanzan… dios mío…
los escucho al pie”, empecé a sudar frío, lo supe por mi frente
“¿Por qué huyo? ¿Qué me pueden robar? Pues nada… por eso
mismo huyo, porque por no tener nada me pueden hacer algo…
¡juemadre… no vuelvo a salir tan tarde. Ya sé que vienen tras de
mí ¿por qué no me atracan de una vez?”. “No… yo no me los
aguanto más, ese rosar del plástico con el suelo que se traen ya me
hartó”. Así que antes de llegar al cruce de la calle 36, me armé
de valor, llené de aire mis pulmones y volteé…
En ese instante una
polvareda me hizo cerrar los ojos y afinar los oídos, y pasó tan
cerca… tan cerca el ruido que me estremecí del susto, pero al
final pude abrí los ojos. El alma me volvió al cuerpo con el
suspiro que exhalé al ver que de ellos ni el rastro, pues quién me
venía siguiendo era una simple chuspa blanca que se arrastraba por
el suelo. ¡Taxi, taxi!
Quintero N.
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!