Su corazón latía frenético, sus
manos se movían con rapidez, mezclando fuertemente la masa, buscando dar esa
textura que le gustaba tanto a los clientes. Miraba constantemente el reloj,
cada cinco minutos exactamente, eso la ponía más nerviosa, algunas gotas de
sudor se perdían entre la masa, la luz del sol se empezaba a meter entre las
cortinas y pronto tendría que salir a vender el producto, debía venderlo todo.
En la misma casa, dos
habitaciones más adentro, se escuchaba el llanto de una niña, el televisor
estaba prendido en el cuarto, el volumen estaba alto intentando ahogar aquel
sollozo, pues no convenía que algún vecino escuchara como la pequeña se
lamentaba.
De pronto al cuarto entró la hija
mayor, Marcela, quien miraba como a su hermanita Camila le corría un líquido
entre las piernas, mientras se encontraba acurrucada tirada en la cama y con
las manos entrelazadas envolviendo su abdomen. Recordó entonces Marcela con
dolor la primera vez que vivió lo mismo, lo mucho que lloro el primer día, pero
lo que más le dolió recordar fue la respuesta que su madre le dio cuando le
contó “Son mentiras tuyas Marcela, yo sé que él no te agrada, pero ahora es tu
papá y lo tienes que respetar, a las buenas o a las malas” después de decirle
eso golpeó a Marcela varias veces, dejándole marcadas las piernas, asegurándose
de que nunca más volviera a mencionar algo así de “su padre” y funciono.
Cuando Marcela se disponía a
consolar a su hermana, de la cocina se escuchó la voz de su madre gritando -
¿Marcela, ya hiciste lo que te pedí? ¡El piso no se va a limpiar solo, apúrate!
- Marcela no respondió, salió rápidamente al pasillo, se puso unos guantes,
tomó firmemente el trapeador, empezó a secar el piso y a escurrir en un balde
lo que era una mezcla de agua, sangre y límpido. El líquido era mucho y la
mancha no quería salir, solo después de múltiples estregadas y cepilladas, la
mancha levemente se aclaró.
En la cocina sonaban cucharas y
ollas, doña Carmen iba de un lado a otro, observando que la comida quedara
perfecta, por fin había terminado de hacer la masa. Tan solo quedaba esperar a
que la carne estuviera bien cocida.
Cuando la carne por fin estuvo
lista y lo suficientemente fría como para poderla despedazar con sus manos,
tomó las grandes porciones de carne y empezó a reducirla a escasos fragmentos.
Como los minutos transcurrían, doña Carmen se vio obligada a pedirle ayuda a
sus hijas, así que Marcela y Camila muy nerviosas tuvieron que entrar en la
cocina.
Finalmente, la carne estaba toda
porcionada, entonces procedieron a rellenar los trozos de masa e ir los tirando
a la olla para que se fritarán, debían quedar crocantes. El olor de la comida
salía de la cocina y se esparcía por el resto de la casa. Doña Carmen cuando
terminó empacó el producto con mucha delicadeza, organizó su carrito de ventas,
se peinó un poco el cabello y salió de su casa. Empezó a realizar su típico
recorrido, como ya eran las ocho y media había buena cantidad de personas en
las calles, iban y venían.
Doña Carmen se paró en una
esquina, esperando a que llegara su primer cliente, tardó solo unos cuantos
minutos en aparecer, fue doña Olga, una vecina algo cercana quien se dispuso a
comprarle.
- - Buenos días, doña Carmen ¿Cómo está?
- - Bien doña Olga, ¿Cuántas le doy?
- - Deme seis empanadas, por favor.
Doña Olga tomó una de las
empanadas y le dio el primer mordisco, miró fijamente a doña Carmen, lanzo una
sonrisa y continúo comiendo, hasta haberla devorado toda, doña Carmen se sentía
asqueada mirándola, por un momento sintió como subía el vómito por su garganta,
pero siguió actuando normal.
- - Le quedaron deliciosas las empanadas, ¿le puso
algo nuevo doña Carmen?
- - No, solamente le puse más carne.
- - Muy ricas le quedaron, por cierto ¿Cómo está don
Pablo, no vi que saliera hoy a trabajar?
- - Él está bien, se fue unos días de vacaciones a
visitar a un familiar.
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