Si camino por un andén solitario
y ya la luna está en su punto más alto de la oscura noche, ¿no habré yo de
llegar a mi hogar? Porque creo que la mano maligna del que se oculta en las
sombras piensa aquello y espera, ansioso y acechante, para cazarme.
Me ha seguido desde que aparecí
en el bar, cuando saqué mi pierna derecha del auto y la dejé resplandecer a la
luz del alumbrado público. Le vi en cuanto bajé, aunque él no se percatara de
ello. Otros mil ojos también lo vieron; solo yo supe sus intenciones desde el
principio. No llegué escoltada; el auto que me dejó era un taxi. No iba
acompañada; ni amigas ni un chico que me interesara, iba sola. Quería ir sola.
A pesar del asunto, no me
preocupé por él sino hasta el final de la velada. Bailé, bebí y canté unas
cuantas canciones antes de marcharme. No alcancé la ebriedad, mas tampoco quedé
sobria. Me sentía plena, como si las luces de los faroles me alumbraran la
mente en lugar del cuerpo. Tanta era mi excitación, que por un momento olvidé
el rostro que me seguía y, en lugar de subir a un taxi de inmediato, salí del
bar caminando, descalza y sonriente. Para cuando caí en cuenta de que me
hallaba lejos, ya las casas y calles a mi alrededor estaban a oscuras; la única
luz era la del alumbrado público. No sabía qué barrio o lugar era; estaba
perdida, mas no me dejé llevar por el miedo y continué mi camino. Sabía llegar
hasta alguna de las estaciones del autobús, que eran fáciles de localizar.
Escuché los pasos de mi perseguidor, pero no me apuré a correr.
Lo que me estremeció fue el
silbido. Casi pude ver cómo se puso las manos en la boca para realizar
semejante sonido; no volteé a verlo, pero sabía que estaba acelerando el paso.
Después de tantas horas, no recordaba que llevaba conmigo el bolso, donde guardaba
precisamente los tacones con los que había llegado al bar.
Comencé a correr. Me importaba
poco si la planta de mis pies se laceraba con el duro asfalto, solo sentía la
necesidad de irme y llegar rápidamente a la estación. Sin embargo, sabía que,
aunque llegara, también ella estaría sola, al igual que todas las calles de la
ciudad. Solo quedaba una opción... y no me disgustaba para nada.
Sentí que estaba cerca. No yo de
mi destino, sino el cazador de su presa. Pude ver a lo lejos las luces de la
estación encendidas y aceleré mi carrera. Entonces percibí el sonido de sus
pasos y su respiración tan cerca, que calculé que era el momento perfecto para
realizar la maniobra. Primero: asegurar testigos.
—¡Ayuda! —grité, como si el
terror me dominara— ¡Ayuda, me quiere violar!
—Callate, puta —victoria. Había
manifestado su presencia en voz alta.
Segundo: detenerme. Este paso era
complicado. No podía simplemente parar de correr y voltear para atacarle. Si él
se abalanzaba sobre mí, sabía que me sería inútil forcejear y acabaría muerta
o, como mínimo, bastante herida antes de que él se marchara. Por lo tanto,
tenía que detenerme, mas asegurándome de que él tuviera que detenerse también.
Continué corriendo, pero ahora en dirección a un poste eléctrico. En cuanto lo
esquivé, me detuve y le di la cara al tipo. Ahí estaba aquel rostro estúpido,
cansado y furioso; se detuvo para contemplarme, sonriente, como si estuviera
cerca de ganar algo. Detrás de él, unas dos o tres luces se habían encendido
dentro de las casas.
—¿Vas a seguir corriendo?
Tercero: la purga.
—Yo no estoy cansado. Seguí
corriendo y te voy a perseguir hasta agarrarte.
Ya la pregunta inicial había
ganado su respuesta. No, mi querido perpetrador, no llegarás a casa esta noche.
El paso tres era el más sencillo;
incluso más que el primero, que tan solo había consistido en el llamado de
auxilio. Mi bolso estaba abierto. Él dio un paso hacia adelante. Mi mano estaba
dentro, buscando. Él avanzó un poco más. Dos metros de distancia, suficiente
para alcanzarle. El frío metálico del arma abrazando mi mano; el índice en el
gatillo. Abrió su boca para decir algo antes de lanzarse sobre mí; yo escupí
fuego de la mía. Tres destellos en la noche; un ruido sordo esparciéndose en la
calle. Siete casas más encendiendo las luces de sus hogares. El cuerpo
desvaneciéndose en el suelo; ni un solo gemido. La sonrisa en un par de labios
rojos. Rostros asomándose a las ventanas; más de una voz en las salas. Una
sirena sonando en las calles lejanas; un preliminar escribiéndose. Un arma
siendo guardada; una mujer huyendo. Un hombre muerto.
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