En un pequeño pueblo, envuelto en
un manto gris y tenue que había cubierto el horizonte, llegó un hombre de piel
pálida, llevando consigo un pequeño violín. Sus pasos eran como susurros en el
viento igual que aquel lugar. Sus dedos danzaban sobre las cuerdas emitiendo
unas notas melancólicas que llenaban el aire, para cuando la noche despide el
día, todos los lugareños habían quedado cautivos por el sonido de su violín.
El misterioso hombre, con su
identidad, su rostro ausente y la razón detrás de su triste violín quebrando el
silencio de aquellas calles desoladas, quebrantó la indiferencia de la gente.
Algunos seres se acercaron preguntando tímidamente, pero el violinista
permanecía en silencio y con su mirada perdida en algún rincón del infinito.
Con el transcurso de los días, un
extraño suceso comenzó a tejerse en el pueblo. Las nubes grises que lo habían
mantenido en la penumbra tanto tiempo comenzaron a disiparse lentamente. Las
risas de la gente se entrelazaban armoniosamente con el triste violín de aquel
hombre extraño. No obstante , comenzó a surgir una creciente sensación de ira
que se apoderó de los habitantes del pueblo. Oscilaban entre la alegría por el
regreso del sol (pues ya no había más días de intensa lluvía) y la irritación
provocada por el constante lamento del violín, que no se limitaba únicamente al
día.
Ante su desesperación, algunos
lugareños intentaron con educación, piedras e incluso golpes persuadir al
músico para cesar su tormento. Hubo quienes intentaron expulsarlo, destrozar su
violín, pero siempre regresaba, parecía un espectro, en silencio y ajeno a las
súplicas de los habitantes, como si tocar su violín fuera una obligación
divina.
En una noche lúgubre, los
pueblerinos se juntaron para expresar sus quejas acerca de aquel hombre que
perturbaba tanto sus días como sus noches. La frustración e irá eran los
invitados especiales esa noche. Concibieron un plan que revelaría la crueldad inherente
en la humanidad. Buscaron incansablemente por cada rincón del pueblo, su
propósito era vil; deshacerse del violinista ... y lo lograron.
A la mañana siguiente, ya no
resonaba aquel violín triste, un profundo silencio se extendió por las calles
del pueblo, como lo estuvo todos esos años. Con el tiempo, parecía que el
pueblo hubiese sido sepultado por ese silencio, las nubes grises regresaron, ya
no se escuchaban risas ni enojos, solo un cielo perpetuamente nublado y una
pregunta suspendida en el aire: ¿qué buscaba el violinista?
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