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VII Concurso del cuento corto, La Hora Novena


El sudor le corre por el cuerpo desde su tortuosa posición, la sangre brota como un rio sin cauce, todos vemos la profundidad de sus heridas, la suavidad en sus ojos. Mi amado está siendo molido por delitos que no cometió, despreciado por llagas que no provocó, no hay en él culpa que otorgar y aun así la responsabilidad fue puesta sobre sus hombros, no le pesa todo este mal que sobre él recae, está en silencio y sus ojos me miran desde ese lugar alto donde yace. Tiene mirada de cordero, dulce y tierna, me ve con el mismo amor de cuando me encontró, su alma parece la de un león, resiste al dolor como si para eso hubiese nacido. Le pido perdón a mi amado desde aquí por dejarle padecer este dolor solo, porque cuando le tomaron yo lo negué y corrí, ¿Cuánto más durará? ha estado siendo azotado por horas y nosotros, sus supuestos amigos, miramos, nada más.

 

Solo puedo pensar en que clase de loco me vine a enamorar, ¿Qué clase de loco permite que su amada lo vea morir a lo lejos de esta manera? Prácticamente se entregó a sus acusadores, y me dejo a mí y a los suyos aquí sin más, y ahora está él allá con el cuerpo maltratado, desfalleciendo. Pero más desfallece mi alma viendo su hermosura desfigurada, me pesa el cuerpo de solo verlo, ahí está, está mi amor y mi devoción, mi vida entera la tiene él en sus manos que hoy caen de a poco. Podría llamarlo egoísta por no intentar huir y a mi hipócrita por quedarme en silencio cuando le tomaron, ¿podría preguntarme quien amó menos? Si el que se entregó por amor a quienes ni conoció o yo que me amé demasiado como para no exponerme por su causa. No sé y en este punto ya no me importa, lo único que deseo es estar entre sus brazos, deleitarme en la miel de sus palabras, ¿Cuánto más durará? ¿mi amado podrá regresar a mí? Porque desde aquí se ve tan alto como para que yo si quiera pueda alcanzarlo, aunque sus ojos y mirada lleguen hasta mí, me atraviesen el alma y le griten desde allí que él vive en mí y yo en él.

 

Siento que no resisto más este dolor, mi corazón es tu carne que hoy se haya desecha y mutilada y prefiero dejarte ir, te dejo ir amado mío, te dejo porque quizá mi amor es el que te está atando a sufrir en esta tierra, te dejo ir creyendo en cada una de las promesas que me hiciste mientras mi cuerpo reposaba en tus brazos, te dejo ir mientras das tu último aliento, y de hoy en adelante prometo vivir regocijándome en tu amor que dejó marca en mi piel, te prometo que caminaré siguiendo tus pisadas en el polvo, prometo terminar lo que iniciaste amando a quienes jamás te amarían y te dejarían languidecer entre tres clavos, una corona de espinas y un madero en medio de dos pecadores, vete tranquilo querido mío que yo me quedo con tu espíritu.

 

Cayeron las tres de la tarde cuando el joven nazareno falleció, expiró en un último aliento cuando levantó su mirada al cielo y expresó que su Padre había abandonado su alma. No sabemos aún que quiso decir con sus palabras, pero su muerte causó gran estruendo entre los nuestros, su muerte parece haber partido el tiempo en dos, antes y después de él.

 

Lo que jamás olvidaré es una joven que le veía de lejos, parecía su prometida, se deshacía en lágrimas y sollozos con un amor profundo y devoto, tengo grabada su mirada vehemente mientras observaba lo que parecía la razón de su existencia clavada en un madero, no volví a verla, aunque se rumora se ha vuelto loca, la han visto decir que su novio vivo está, que salió de su tumba y vino a su encuentro, vive sin luto y llena de gozo, la muerte de quien amó le trastornó la mente, anda por ahí como si el amor hubiese vencido a la muerte en su aguijón. 

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