Yo no estaba, pero me lo dijeron.
La noche lluviosa del primero de enero, la familia Lombardía cenaba junta,
cuando de repente escuchan tres disparos, salieron tan rápido que no les dio
tiempo de ponerse el calzado. Abrieron la puerta y se dieron cuenta de que era
el hijo mayor de los Lombardía, Rubén Felipe Lombardía, asesinado por unos
criminales dentro de su casa sin darle tiempo de hablar; los criminales huyeron
lo más pronto posible; los vecinos asustados no sabían qué pasaba, solo
escucharon los llantos de sus hermanas, madre, padre y demás familiares. A
pesar de eso los Gallegos, familia adinerada del barrio, se asomaron, y bajaron
las escaleras de la casa y vieron al difunto en el suelo, encharcado en sangre
y su madre a lado de él. Sin nada que pudiesen hacer, llamaron a la policía, o
mejor dicho a los cómplices de los criminales: llega el “CTI” Cuerpo Técnico de
Investigación Criminal, los cuales se llevan el cuerpo hasta el día siguiente.
Esa misma noche la pobre familia no duerme, el temor de que los atacaran de
nuevo estaba muy presente. La lluvia no paraba, la niebla cubría toda la ciudad
y esa, puedo decir, fue la noche más larga. El dos de enero de aquel año, la
hija mayor de los Lombardía, Eloísa Lombardía, una chica más o menos de 20
años, de tez pálida, una larga cabellera negra, y unos ojos color miel que
encantan a cualquiera que la viera, muy triste por la muerte de su hermano, no
comía, ni hablaba con nadie, la pobre no estaba en este mundo. A eso de las
once del día el joven Santiago Gallegos sale de su casa a dar el sentido pésame
a la familia; el joven enamorado de ella busca la forma de llegarle para
consolarla por lo sucedido. Los demás vecinos no decían nada, solo miraban
desde aquel peñón que daba a la calle principal y conecta con la casa de los
Gallegos y los Lombardía. Los días no eran muy soleados a pesar de que el sol
se asomaba por el occidente y se ocultaba por el oriente. Pasados ya dos días
de la muerte de Rubén Felipe Lombardía, llegó la carroza fúnebre con el cuerpo
para iniciar la santa misa o velorio. En medio de este la madre rompe en
llanto; Eloísa, al ver el ataúd de su querido hermano, sufre un desmayo y todos
se alteran al verla caer en la casa. Al cabo de unos minutos llegó de repente
un joven, muy extraño, que nunca se le ha visto por estos lugares, vestido de
un color no muy común para un velorio; saluda cortésmente, se acerca al ataúd,
lo mira y se despide de todos. Dicen las malas lenguas que aquel joven pudo
haber sido el asesino, pero dieron el hecho por olvidado. El cuatro de enero,
es el entierro del hijo de los Lombardía. Entre vecinos murmuran el hecho por
el cual había sido asesinado. Al paso de las horas, la familia, amigos y
cercanos regresan del entierro con caras melancólicas, se encierran en sus casas,
no encienden las luces, todo queda a oscuras en el barrio, en silencio como de
costumbre, y retorna la niebla nuevamente sobre la ciudad. Finalmente, una
semana después la familia decide mudarse de aquel lugar que les atormenta, que
no los deja vivir tranquilos, sienten siempre la presencia del mal y se ven
obligados a irse. Una mañana ya decidida a marchar de la ciudad, y regresar a
su pueblo natal Florida, la familia espera el camión del trasteo en una esquina
de la calle, donde pude acercarme y hablar con Eloísa y algunos familiares. Al
cabo de unos minutos me despedí y al instante, llegó Santiago y se despidió de
ella con un beso. Desde entonces la casa de los Lombardía ya no era igual,
abandonada por los nuevos dueños, quienes decidieron dejarla en alquiler por
cierto tiempo. Ya pasaron seis meses desde la partida de los Lombardía y en la
ciudad donde la neblina y la lluvia eran parte del vivir jamás se supo más de
ellos.
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!