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VII Concurso del cuento corto, SOLDADITOS DE CRISTAL

 


Esta es una historia de cuando era pequeña y me encontré con una cajita llena de soldaditos, no como los de mi hermano, mallugados, despojados de algunas de sus extremidades o mordidos y babeados por mi prima de dos años, sino que perfectos, delicados, sonrientes y más que obvio frágiles transparentes soldaditos de cristal; al verlos solos, siendo preciosos no me quedo más opción, me la lleve ,metí la caja con todo el cuidado que pude en mi estrecha maleta, tuve mucho miedo de que alguien me descubriera, de forcejear para que entrara, caminar y que se estropearan mis preciados soldaditos o peor que alguien me descubriera y me los quitara.

 

El camino a casa fue torturante de la mano de mi mamá, no iba con la camisa hecha un desastre por fuera de la falda, tampoco mis rizos estaban deshechos con la moñita fuera de lugar, ni las mejillas rojas con la frente destilando la evidencia de risas en el viento mientras nos perseguíamos jugando policías y ladrones, yo solo quería cuidar a mis soldaditos de cristal. Cuando llegué a casa me apresuré a cambiarme para después almorzar, y al quedarme sola una vez más abrí el maletín con la ilusión de poder ver con tranquilidad esas más o menos cincuenta estatuillas diminutas que en mis manos no lo eran.

 

Sostener esa caja abierta y tener aquella imagen reflejada en mis ojos guardando un aguacero a punto de iniciar, fue desgarrador.

 

No había nada, ni rastro de aquello que me deslumbro. Solo uno se logró salvar

 

Me quede con el único que sobrevivió, él vivía en su estuche rectangular, me contaba historias, reíamos a carcajadas y a veces se escapaba, no tardó mucho en deteriorarse, poco a poco se estaba desgastando, y un día solo desapareció como los demás.

 

Hace años se perdió la hermosa cajita aterciopelada color azul petróleo, brillante por fuera y en su interior más negra que betún, él ya no vive ahí, tampoco soy una niña como para hacer uso de esa increíble imaginación. A ellos, los soldados los conocí en primaria, eran mis amigos, muy pequeños como para saber de realidad.

 

Recuerdo la primera vez que vi llorar al único soldadito que se quedó a mi lado casi intacto, no pude huir, tampoco ayudar; Deiby, era un niño sin madre, su mamá murió y su hermana solo fue un mal intento de hogar , poco a poco tuve que ver como se convertía en algo que no era, como las situaciones que nunca entraban cuando estábamos jugando a la rayuela, se filtraban por los agujeros de sus zapatos, cuando menos pensé solo era un soldadito que no pude esconder, nunca nos imaginé como algo diferente a lo que ya éramos, sé que no terminó de estudiar, que consume drogas como la mayoría de esas caras inocentes que ahora están borrosas.

 

Hace poco me encontré a un compañero de mi hermano, ya no estudia, ahora trabaja de empacador, lo primero que se me vino a la mente al verlo fue lo inocente, infantil y despreocupado que fue mi amigo de cristal, en su expresión estaba clavada, cada uno de los niños con los que crecí, Deiby trabajando de mecánico, John que tiene una hija y trabaja en construcción, Richard que vaga en las calles al igual que su madre entre prostitutas, Cristian que trabaja en supermercados y pronto se ira a España de ilegal, Darley que desde que lo conocí es el único sostén de sus hermanos, Pizarro quien vendía frutas junto a su familia en las tardes en una carretilla, hasta que mataron a su hermano y su papá quedo en la cárcel, si sigo así no pararía nunca de escribir pero este cuento tiene las palabras contadas y tiene que llegar a su, ¿fin? ...

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