Esta es una historia de cuando
era pequeña y me encontré con una cajita llena de soldaditos, no como los de mi
hermano, mallugados, despojados de algunas de sus extremidades o mordidos y
babeados por mi prima de dos años, sino que perfectos, delicados, sonrientes y
más que obvio frágiles transparentes soldaditos de cristal; al verlos solos,
siendo preciosos no me quedo más opción, me la lleve ,metí la caja con todo el
cuidado que pude en mi estrecha maleta, tuve mucho miedo de que alguien me
descubriera, de forcejear para que entrara, caminar y que se estropearan mis
preciados soldaditos o peor que alguien me descubriera y me los quitara.
El camino a casa fue torturante
de la mano de mi mamá, no iba con la camisa hecha un desastre por fuera de la
falda, tampoco mis rizos estaban deshechos con la moñita fuera de lugar, ni las
mejillas rojas con la frente destilando la evidencia de risas en el viento
mientras nos perseguíamos jugando policías y ladrones, yo solo quería cuidar a
mis soldaditos de cristal. Cuando llegué a casa me apresuré a cambiarme para
después almorzar, y al quedarme sola una vez más abrí el maletín con la ilusión
de poder ver con tranquilidad esas más o menos cincuenta estatuillas diminutas
que en mis manos no lo eran.
Sostener esa caja abierta y tener
aquella imagen reflejada en mis ojos guardando un aguacero a punto de iniciar,
fue desgarrador.
No había nada, ni rastro de
aquello que me deslumbro. Solo uno se logró salvar
Me quede con el único que
sobrevivió, él vivía en su estuche rectangular, me contaba historias, reíamos a
carcajadas y a veces se escapaba, no tardó mucho en deteriorarse, poco a poco
se estaba desgastando, y un día solo desapareció como los demás.
Hace años se perdió la hermosa
cajita aterciopelada color azul petróleo, brillante por fuera y en su interior
más negra que betún, él ya no vive ahí, tampoco soy una niña como para hacer
uso de esa increíble imaginación. A ellos, los soldados los conocí en primaria,
eran mis amigos, muy pequeños como para saber de realidad.
Recuerdo la primera vez que vi
llorar al único soldadito que se quedó a mi lado casi intacto, no pude huir,
tampoco ayudar; Deiby, era un niño sin madre, su mamá murió y su hermana solo
fue un mal intento de hogar , poco a poco tuve que ver como se convertía en
algo que no era, como las situaciones que nunca entraban cuando estábamos
jugando a la rayuela, se filtraban por los agujeros de sus zapatos, cuando
menos pensé solo era un soldadito que no pude esconder, nunca nos imaginé como
algo diferente a lo que ya éramos, sé que no terminó de estudiar, que consume
drogas como la mayoría de esas caras inocentes que ahora están borrosas.
Hace poco me encontré a un
compañero de mi hermano, ya no estudia, ahora trabaja de empacador, lo primero
que se me vino a la mente al verlo fue lo inocente, infantil y despreocupado
que fue mi amigo de cristal, en su expresión estaba clavada, cada uno de los
niños con los que crecí, Deiby trabajando de mecánico, John que tiene una hija
y trabaja en construcción, Richard que vaga en las calles al igual que su madre
entre prostitutas, Cristian que trabaja en supermercados y pronto se ira a
España de ilegal, Darley que desde que lo conocí es el único sostén de sus
hermanos, Pizarro quien vendía frutas junto a su familia en las tardes en una
carretilla, hasta que mataron a su hermano y su papá quedo en la cárcel, si
sigo así no pararía nunca de escribir pero este cuento tiene las palabras
contadas y tiene que llegar a su, ¿fin? ...
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