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VII Concurso del cuento corto, N(D)OBLES INTENCIONES

 


-        ¿Eliana? ¿Sos vos?

 

En la esquina de una pieza sucia y vacía, chillando en posición fetal, mi amiguita de la infancia se escondía de mí. Lo que escuché era agraviadamente cierto: a Eliana le sacaron todos los chécheres a la calle, la dejaron sin donde caerse muerta. Me acordé de la difunta Doña Mariela, su mamá, y de las veces que nos brindaron aguapanela cuando ni ellas tenían para comer.

 

-        Eliana, vamos. Tenemos que salir de aquí, por dios.

 

La agarré como pude y salimos. No cogimos nada, porque el desgraciado que la sacó, le dañó todas sus cositas cuando las tiró por las escaleras de ese inquilinato.

 

-        ¿A dónde me lleva, Cristina? En su casa yo no puedo estar, allá está su...

-        No vamos para mi casa, egh. Y no me vaya a empezar a atercar, Eliana. Vamos es a ir a conseguirle una pieza. Yo se la pago, no se preocupe.

Recogí unos trapos viejos para que se pusiera en el camino y comencé a andar. Ella se quedó parada en medio de la calle.

 

-        Mine, por mi casa están arrendando.

-        ¿Por su casa? Cristina, yo por allá qué trabajo voy a conseguir. Mejor vamos pal centro. Son más baratas y todo.

-        ¿Pal centro? ¿Vos te enloqueciste? No, por allá no me asomo ni loca.

-        Cristina, volvete seria, en ningún otro lado me van a arrendar. Además, allá yo sé que me puedo levantar alguito.

-        Agh. Caminá pues.

 

Me guardé bien mi celular. El iPhone 8 en estos tiempos no vale mucho, pero harto que si había camellado para conseguírmelo de segunda. En el taxi le iba diciendo a Eliana que también le iba a colaborar comprándole un colchón y unas sábanas mientras conseguíamos para una cama. Nos bajamos en la calle 10 y cogimos camino con el solazo de las once de la mañana quemándonos el cuero.

 

-        Por aquí, en estos días vi que arrendaban piecitas cerca de los almacenes.

-        Esto por acá es muy peligroso, Eliana.

-        Vos desde que saliste del barrio te has vuelto muy miedosa.

 

Y a lo mejor era cierto. Desde que me casé y me fui a vivir al Caney, todo me parecía peligroso.

 

-        ¡Corré! ¡Nos van a robar!

Ni miré atrás. Eliana me cogió de la mano y me arrastró por las calles del centro. Me pareció increíble que robaran a plena luz del día. Menos mal mi amiga conocía y era avispada, porque del susto me habría quedado tiesa. Comencé a llorar mientras corría, tropezándome a cada rato. Los ladrones nos pisaban los talones y nada, no conseguíamos volarnos. Rezaba para que Eliana supiera donde estábamos porque yo ya me había perdido. Entramos a un centro comercial desierto. Nos trepamos al segundo piso y corrimos entre los almacenes desocupados, los pasillos cada vez eran más angostos y la desesperación me atacó. Todavía sentía a esos ladrones en la nuca.

 

-        ¡Eliana! ¡Eliana!

-        ¡Tírate por ahí, rápido!

 

Y me empujó por un hueco donde antes había una escalera. Caí de nalgas al primer piso, y me paré rápido a pesar del dolor para que Eliana se tirara. Justo enfrente había una cortina de almacén medio abierta. Se veía la calle y por ahí nos podíamos salir sin que nos alcanzaran. Yo dije coronamos. Ella no se tiró, y escuché a uno de los ladrones zangolotear a mi amiga. Lloré más pensando en qué le harían, hasta que uno de ellos gritó y me puse pálida.

 

-        ¡¿Pero vos por qué me seguís trayendo viejas si las vas a dejar volarse?!

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