Domingo, te escribo en mareas
descarriadas por el oleaje lunar de pensamientos que absorben mi figura en esta
tarde venidera. Con tablas de vinilo y trucos de garaje, abro sin titubeos el
portal existencial que acarrea mi existir.
Cae la hojarasca otoñal frente a
las yemas de ideas que componen mis manos y voz. Y al ritmo penetrante del
tambor canto mis plegarias a costa de un gramo de vida.
“¡Oh! Domingo, domingo. Susurro
en compañía de la rosa malva. El sol nos observa reflejando sus hilos eternos.
¡Ay!, qué hilos hermosos. Qué hilos embusteros. Qué existencia deleznable.
Ayer, fui yo por última vez. No,
no morí -aunque mi sabio profesor de filosofía sí lo haría en su litera de
ideas y libros, al observar cómo negué dos veces sin recordar que esto
constituye una afirmación-. La danza del Sol final en mi vida se manifestó en
la tragedia de abandonar lo que debía ser, lo que supuse ser.
¿Cómo se pretende contar una
historia que nace de lo incontable? ¿Cómo disipar las dudas de lo tangible?
¿Cómo retoñar en medio de la nostalgia del lecho de muerte? Tantos
"cómo", tantos "por qué", tantos nosotros, tan poco yo.
Tanto tú, tanto él, tanto ella, tan poco ser.
¿De qué sirve divagar en el
espacio ardiente de los sueños? ¿Cuál es el valor de pensar en el mundo que
arraiga el dolor cotidiano? Tantos de que, tantos cuáles, tantas preguntas, tan
pocas respuestas.
Todo empezó en la suavidad de la
lana que envuelve los recipientes que ignorantemente la ciencia llamó cuerpos.
Me pregunto ¿Quién soy para llamar ignorantiam a la ciencia madre?
El remanente de tiempo que
encargó la suprema deidad para cuidarme, se perdió en la inmensidad y la
gravedad natural del no querer cuidar un error en vida. Eso es lo que soy.
Aunque, me conflictúa hablar de mí mismo desde el soy, ya que el ser no está, se
perdió. El ser, el yo, no fue, no soy.
Escucho una voz que me llama.
¡Maldita voz que me hace dudar! Te maldigo a vos y a tu voz. Sí, maldigo sin
saber quién sos, pero lo sos. Mi limitada mente, consternada por la necesidad
pretenciosa de esconder la estupidez inherente a mí, pierde el rumbo. Se ve
obligada a seguir el murmullo de la añoranza, uno que no recuerdo conocer- y en
el caso de haberlo olvidado, prefiero dudar y no escudriñar el porqué- uno que
suena al timbre de mi morada, a la nota de la miel oscura y densa que pudrió mi
hogar perdido.
¿Qué busca esa voz? No soporto la
incertidumbre. Pero, pueden notar que soy incertidumbre. Soy ironía. De nuevo
caigo en hablar desde el soy, ¿No había dicho ya, que yo no era? ¡Ya basta!
¡Basta de mí, basta de ti, basta de todos! Si buscas mi verdad, tendrás la
transparencia que ilumina el alma de un nostálgico de esos de antaño, un
melómano de voz. Un idealista fracasado. Eso soy. Vuelvo a ser yo.
Entiendo que la voz es mía, que
la visión del pasado me persigue, que todo el peso del adiós me pertenece. La
historia, el dolor y la melancolía del porvenir me atañen; así lo destinó el
Sol, así lo profetizó el rayo sagrado.
Está bien, me digo. Si ayer fui
yo por última vez, el retoño del Sol pensante me hará ser por primera vez. Un
día, dos días, tres días... Por toda la magnitud eterna de la vida.”
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