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VII Concurso del cuento corto, EN LOS BRAZOS DE ELLA

 


Cuando los rayos de sol acarician las suaves nubes, Markou, apresurado, se dirige hacia su auto mientras aún sin la camisa bien puesta intenta llegar a tiempo a su trabajo en una clínica cerca del centro de Urbenis:ciudad que vio a Markou nacer, y que probablemente verá perecer.

En el estacionamiento termina de ajustar los botones de su destartalada camisa a rayas, mientras recoge unos papeles del asiento del copiloto.

 

–Estoy jodido – Dijo mientras se adentraba a la fría y lúgubre clínica (al menos en los ojos de él)–

 

La recepcionista lo ve llegar con desdén, como es de costumbre, y le señala el pasillo en el que su jefe lo estaba esperando de brazos cruzados, impaciente, con un semblante que atenta con cortar a Markou en dos. Markou entiende la situación, y con la cabeza gacha camina hacia su temible jefe. Ambos caminan por los pasillos del recinto. Ninguno dirige palabra alguna, solo los acompaña el sonido de máquinas y el personal médico en rotación. Una vez llegan a la oficina, su jefe le pidió a Markou que se sentara enfrente de su escritorio, mientras él tomaba su lugar del otro lado del tribunal.

 

–He intentado tener compasión, entender tu situación, pero esto ya ha sido demasiado. Me temo que no podemos continuar con esto. Oficialmente ya no trabajas en Quirbens–

 

Markou estaba catatónico, sus ojos actuaban como dos tapones de una represa a punto de desbordarse, pero él ya había sufrido demasiado en frente de otras personas como para hacerlo de nuevo. Ese día llegó a su casa, tomó la almohada de su cama, y encontró consuelo en las lágrimas.

En la noche, mientras colmaba sus penas, una figura esbelta y cautelosa se escabulló presuntuosa entre sus sábanas, y lo abrazó con firmeza.

 

–Te extrañé mucho – Exclamó la mujer–

–Yo también extrañé el frío de tus abrazos–

–Quién necesita el calor de alguien después de todo, las personas solo están llenas de odio y egoísmo–

–¿Pero no crees que puede haber belleza dentro de esas personas? ¿Cómo lo sabría si solo duermo contigo? Ni siquiera sé tu nombre aún–

–Soy como un sol muy viejo. Amo dormir con personas que no tienen a nadie, yo soy su única compañía–

–Pero dueles...–

–Pero te gusta, querido – Dijo la mujer mientras fortalecía el agarre de sus brazos–

 

Aquella escena se ha repetido por ocho años desde que murió su esposa, Maritza. Desde entonces, Markou ha gastado su vida entre el trabajo y la compañía de muchas mujeres; un pequeño vacío infinito, imposible de llenar en su consciencia.

Luego de un exhaustivo y vano mes en busca de trabajo, un pequeño haz de luz se ciñó sobre el moribundo Markou: un trabajo de 48 horas a la semana, de lunes a sábado, sin horas extras. No dudó ni un segundo en aceptar. Llegó el día de la entrevista, y, contra todo pronóstico, fue contratado en una clínica a las afueras de la ciudad. Un nuevo aire se respiraba en la vida de Markou.

Han pasado tres meses desde que Markou inició su nuevo trabajo. Dejó las mujeres, menos una: Praga, una adulta joven con quien cruzó miradas en el trabajo. Alegre, carismática y decidida, fuera del alcance de Markou. Cerca al fin de semana, Markou se acercó decidido a preguntarle si quería cenar con él luego del trabajo. Ella lo miró perpleja, pero con un suave gesto de dulzura asintió.

La noche fría arrullaba las calles con su silbido, y la luz de los faroles avivan el corazón de la ciudad. Ambas almas temblorosas intercambiaron hilos de su vida tejidos como un ovillo entre ellas. Al llegar a casa, Markou se encontró con la mujer de brazos cruzados en su habitación, esperándolo.

 

–¿Así que tienes nuevas compañías? Pensé que yo era la única en tu vida–

–¡Ya estoy cansado de sufrir tanto, de sentirme solo, quiero disfrutar mi vida!–

–¿Acaso ya no me quieres?–

–No... ya no... por favor vete–

La mujer dejó caer sus brazos, y caminó hasta la puerta, triste.

–Mi nombre es soledad, Markou–

 

Y entonces desapareció en la oscuridad de la noche. Esa noche Markou fue libre de amar.

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