Cuando los rayos de sol acarician
las suaves nubes, Markou, apresurado, se dirige hacia su auto mientras aún sin
la camisa bien puesta intenta llegar a tiempo a su trabajo en una clínica cerca
del centro de Urbenis:ciudad que vio a Markou nacer, y que probablemente verá
perecer.
En el estacionamiento termina de
ajustar los botones de su destartalada camisa a rayas, mientras recoge unos
papeles del asiento del copiloto.
–Estoy jodido – Dijo mientras se
adentraba a la fría y lúgubre clínica (al menos en los ojos de él)–
La recepcionista lo ve llegar con
desdén, como es de costumbre, y le señala el pasillo en el que su jefe lo
estaba esperando de brazos cruzados, impaciente, con un semblante que atenta
con cortar a Markou en dos. Markou entiende la situación, y con la cabeza gacha
camina hacia su temible jefe. Ambos caminan por los pasillos del recinto.
Ninguno dirige palabra alguna, solo los acompaña el sonido de máquinas y el
personal médico en rotación. Una vez llegan a la oficina, su jefe le pidió a
Markou que se sentara enfrente de su escritorio, mientras él tomaba su lugar
del otro lado del tribunal.
–He intentado tener compasión,
entender tu situación, pero esto ya ha sido demasiado. Me temo que no podemos
continuar con esto. Oficialmente ya no trabajas en Quirbens–
Markou estaba catatónico, sus
ojos actuaban como dos tapones de una represa a punto de desbordarse, pero él
ya había sufrido demasiado en frente de otras personas como para hacerlo de
nuevo. Ese día llegó a su casa, tomó la almohada de su cama, y encontró
consuelo en las lágrimas.
En la noche, mientras colmaba sus
penas, una figura esbelta y cautelosa se escabulló presuntuosa entre sus
sábanas, y lo abrazó con firmeza.
–Te extrañé mucho – Exclamó la
mujer–
–Yo también extrañé el frío de
tus abrazos–
–Quién necesita el calor de
alguien después de todo, las personas solo están llenas de odio y egoísmo–
–¿Pero no crees que puede haber
belleza dentro de esas personas? ¿Cómo lo sabría si solo duermo contigo? Ni
siquiera sé tu nombre aún–
–Soy como un sol muy viejo. Amo
dormir con personas que no tienen a nadie, yo soy su única compañía–
–Pero dueles...–
–Pero te gusta, querido – Dijo la
mujer mientras fortalecía el agarre de sus brazos–
Aquella escena se ha repetido por
ocho años desde que murió su esposa, Maritza. Desde entonces, Markou ha gastado
su vida entre el trabajo y la compañía de muchas mujeres; un pequeño vacío
infinito, imposible de llenar en su consciencia.
Luego de un exhaustivo y vano mes
en busca de trabajo, un pequeño haz de luz se ciñó sobre el moribundo Markou:
un trabajo de 48 horas a la semana, de lunes a sábado, sin horas extras. No
dudó ni un segundo en aceptar. Llegó el día de la entrevista, y, contra todo
pronóstico, fue contratado en una clínica a las afueras de la ciudad. Un nuevo
aire se respiraba en la vida de Markou.
Han pasado tres meses desde que
Markou inició su nuevo trabajo. Dejó las mujeres, menos una: Praga, una adulta
joven con quien cruzó miradas en el trabajo. Alegre, carismática y decidida,
fuera del alcance de Markou. Cerca al fin de semana, Markou se acercó decidido
a preguntarle si quería cenar con él luego del trabajo. Ella lo miró perpleja,
pero con un suave gesto de dulzura asintió.
La noche fría arrullaba las
calles con su silbido, y la luz de los faroles avivan el corazón de la ciudad.
Ambas almas temblorosas intercambiaron hilos de su vida tejidos como un ovillo
entre ellas. Al llegar a casa, Markou se encontró con la mujer de brazos
cruzados en su habitación, esperándolo.
–¿Así que tienes nuevas
compañías? Pensé que yo era la única en tu vida–
–¡Ya estoy cansado de sufrir
tanto, de sentirme solo, quiero disfrutar mi vida!–
–¿Acaso ya no me quieres?–
–No... ya no... por favor vete–
La mujer dejó caer sus brazos, y
caminó hasta la puerta, triste.
–Mi nombre es soledad, Markou–
Y entonces desapareció en la
oscuridad de la noche. Esa noche Markou fue libre de amar.
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