Empecemos con un “había una vez”,
siempre genera satisfacción cuando se lee. Y sí, es precisamente por esa
ilusión que despierta en el corazón y la intriga que causa en las mentes. Hace
alusión a un cuento de hadas donde la felicidad es la protagonista de la
historia, y aunque este no es un cuento de fantasía vale la pena preparar a
quien lo lea.
Érase una vez en un ente lejano
cuyos habitantes amaban cualquier tipo de viaje y aventura, una pequeña
criatura con el corazón completo y sonrisa de antaño que decidió empacar
maletas y emprender una nueva travesía a lares lejanos y remotos donde, según
rumores, era de valiente arrimar. Pero ella lo haría, quería probar con su
suerte, y más que eso probar su propia fortaleza y berraquera, y así lo hizo.
Se escuchaba todo tipo de comentario de aquel territorio, no faltaba el que
alababa sus hermosos paisajes y el rico café de las mañanas, o el que admiraba
el carisma tan inusual de la gente, el que solo señalaba los constantes
enfrentamientos de todo tipo, y lamentablemente el que no regresaba a su
tierra.
Ella, que había escuchado ya
tanta maravilla como tanta barbarie, con maletas listas voló camino a su
deseado destino.
Le recibió la brisa de verano
junto al olor de la lluvia acariciando sutilmente su cintura, se respiraba
plenitud. Las montañas eran cómplices del viento, las aves adornaban el cielo
con sus hermosos colores, el agua reflejaba las historias más incontables y el
olor que se respiraba era indeciso. Aquel territorio tan remoto encajaba
perfectamente en la definición de inefabilidad, y era cierto lo que se
escuchaba. Sus habitantes mostraban una gran sonrisa al pasar por las plazas,
característica que la dejó atónita, ella que en sus tantas vidas visualizó
sonrisas de todo tipo, nunca había visto alguna así. ¿Han escuchado que los
ojos son la ventana del alma?, pues sí, es muy cierto. Los ojos delataban las
historias más tristes y deshumanas, historias de angustia y desespero, otras de
venganza y violencia, de ambición y maldad. A pesar de que ella estaba muy
feliz de florecer en una vida nueva donde tenía el magnífico deseo de aprender,
de jugar, de conocer, de ser plenamente feliz, descubrió que había llegado a un
sitio donde era teóricamente imposible construir una vida de tal tipo, y sí,
con tan solo mirar los ojos de su gente.
Bueno, la cotidianidad siguió y
ella también. Había llegado en una bonita época del año, en un mes donde según
lo que le contaron se acostumbraba a subir a los cerros más altos en busca del
viento para volar esos artefactos elaborados de guadua y papel, se sentía feliz
de ver la creatividad y los colores, aún conservaba su bella sonrisa. Como ya
se dijo, aquella criatura amaba el conocimiento, pero si le hubieran dicho que
conocería a la barbarie quizás su valentía sería cuestionada; la conoció. Una
tarde de fuerte viento las cometas fueron testigos del horror y el rojo de la
sangre, se escucharon los gritos de jóvenes que empezaban a descubrir el vivir
encontrados brutalmente asesinados. Pero esto no termina aquí, tan solo cuatro
días después y a 400km de diferencia, las montañas lloraron el arrebato de sus
hijos, inocentes de las risas y la pachanga. Las lágrimas y los gritos de
desespero no cesaron, no pasaron ni dos días para que reportaran otra barbarie,
las comunidades indígenas estaban de luto, y allá en la Orinoquia a cinco les
arrancaron las alas. En el sur la sangre no dejó de cesar, y los antioqueños ya
no encontraban consuelo, en el norte se escuchaban los gritos desgarradores de
las familias, y la bandera de aquel territorio de nombre Colombia la bañaba la
sangre. Es de valientes seguir teniendo esperanza. No quedaba nada de aquel
corazón completo que arrimó un día del atardecer ni de la sonrisa de antaño
ilusionada con la felicidad. Este territorio al que le daban el adjetivo “paz”
estaba impregnando de angustia y desesperanza. Esta última no acabaría. Una
mañana la gente despertó indignada y todos los medios reportaban la muerte de
otro hermano; sí estamos matando a nuestros hermanos. La capital se conmovió de
una manera peculiar, las calles fueron tomadas y más vidas aniquiladas.
Violencia con violencia se paga, y muerte con muertes inocentes también. Del
desierto hasta la selva, y del Pacífico hasta la frontera retumbaban los gritos
de dolor de las madres, el reclamo de justicia de los afectados y la pasividad
del Estado. Nos están matando y nos estamos matando, ahora se sabe que el olor
indeciso era el de la muerte. Ahora ella es consciente que aquella inefabilidad
podía ser descrita por el desprendimiento de los intereses comunes, por la
prevalencia de la violencia, por la sed insaciable de sangre, por el
indescriptible rostro del dolor, un Pueblo que permite el gobierno de un Estado
inmundo, y aún más triste, una guerra que no tiene su comienzo en el mes de las
cometas.
No se le volvió a ver jugando con
el viento, se dice que la palidez se apoderó de su cuerpo y alma y que su
corazón no bombeó más alegría. Pero quien sabe si fue un cuchillo en su
garganta, una bala en el pecho o en la cabeza, las descargas eléctricas en su
estómago, la indiferencia de la gente o la mató la perdida de esperanza.
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