VII Concurso del cuento corto. COLOMBIA, TERRITORIO DE HISTORIAS

 


Empecemos con un “había una vez”, siempre genera satisfacción cuando se lee. Y sí, es precisamente por esa ilusión que despierta en el corazón y la intriga que causa en las mentes. Hace alusión a un cuento de hadas donde la felicidad es la protagonista de la historia, y aunque este no es un cuento de fantasía vale la pena preparar a quien lo lea.

 

Érase una vez en un ente lejano cuyos habitantes amaban cualquier tipo de viaje y aventura, una pequeña criatura con el corazón completo y sonrisa de antaño que decidió empacar maletas y emprender una nueva travesía a lares lejanos y remotos donde, según rumores, era de valiente arrimar. Pero ella lo haría, quería probar con su suerte, y más que eso probar su propia fortaleza y berraquera, y así lo hizo. Se escuchaba todo tipo de comentario de aquel territorio, no faltaba el que alababa sus hermosos paisajes y el rico café de las mañanas, o el que admiraba el carisma tan inusual de la gente, el que solo señalaba los constantes enfrentamientos de todo tipo, y lamentablemente el que no regresaba a su tierra.

 

Ella, que había escuchado ya tanta maravilla como tanta barbarie, con maletas listas voló camino a su deseado destino.

 

Le recibió la brisa de verano junto al olor de la lluvia acariciando sutilmente su cintura, se respiraba plenitud. Las montañas eran cómplices del viento, las aves adornaban el cielo con sus hermosos colores, el agua reflejaba las historias más incontables y el olor que se respiraba era indeciso. Aquel territorio tan remoto encajaba perfectamente en la definición de inefabilidad, y era cierto lo que se escuchaba. Sus habitantes mostraban una gran sonrisa al pasar por las plazas, característica que la dejó atónita, ella que en sus tantas vidas visualizó sonrisas de todo tipo, nunca había visto alguna así. ¿Han escuchado que los ojos son la ventana del alma?, pues sí, es muy cierto. Los ojos delataban las historias más tristes y deshumanas, historias de angustia y desespero, otras de venganza y violencia, de ambición y maldad. A pesar de que ella estaba muy feliz de florecer en una vida nueva donde tenía el magnífico deseo de aprender, de jugar, de conocer, de ser plenamente feliz, descubrió que había llegado a un sitio donde era teóricamente imposible construir una vida de tal tipo, y sí, con tan solo mirar los ojos de su gente.

 

Bueno, la cotidianidad siguió y ella también. Había llegado en una bonita época del año, en un mes donde según lo que le contaron se acostumbraba a subir a los cerros más altos en busca del viento para volar esos artefactos elaborados de guadua y papel, se sentía feliz de ver la creatividad y los colores, aún conservaba su bella sonrisa. Como ya se dijo, aquella criatura amaba el conocimiento, pero si le hubieran dicho que conocería a la barbarie quizás su valentía sería cuestionada; la conoció. Una tarde de fuerte viento las cometas fueron testigos del horror y el rojo de la sangre, se escucharon los gritos de jóvenes que empezaban a descubrir el vivir encontrados brutalmente asesinados. Pero esto no termina aquí, tan solo cuatro días después y a 400km de diferencia, las montañas lloraron el arrebato de sus hijos, inocentes de las risas y la pachanga. Las lágrimas y los gritos de desespero no cesaron, no pasaron ni dos días para que reportaran otra barbarie, las comunidades indígenas estaban de luto, y allá en la Orinoquia a cinco les arrancaron las alas. En el sur la sangre no dejó de cesar, y los antioqueños ya no encontraban consuelo, en el norte se escuchaban los gritos desgarradores de las familias, y la bandera de aquel territorio de nombre Colombia la bañaba la sangre. Es de valientes seguir teniendo esperanza. No quedaba nada de aquel corazón completo que arrimó un día del atardecer ni de la sonrisa de antaño ilusionada con la felicidad. Este territorio al que le daban el adjetivo “paz” estaba impregnando de angustia y desesperanza. Esta última no acabaría. Una mañana la gente despertó indignada y todos los medios reportaban la muerte de otro hermano; sí estamos matando a nuestros hermanos. La capital se conmovió de una manera peculiar, las calles fueron tomadas y más vidas aniquiladas. Violencia con violencia se paga, y muerte con muertes inocentes también. Del desierto hasta la selva, y del Pacífico hasta la frontera retumbaban los gritos de dolor de las madres, el reclamo de justicia de los afectados y la pasividad del Estado. Nos están matando y nos estamos matando, ahora se sabe que el olor indeciso era el de la muerte. Ahora ella es consciente que aquella inefabilidad podía ser descrita por el desprendimiento de los intereses comunes, por la prevalencia de la violencia, por la sed insaciable de sangre, por el indescriptible rostro del dolor, un Pueblo que permite el gobierno de un Estado inmundo, y aún más triste, una guerra que no tiene su comienzo en el mes de las cometas.

 

No se le volvió a ver jugando con el viento, se dice que la palidez se apoderó de su cuerpo y alma y que su corazón no bombeó más alegría. Pero quien sabe si fue un cuchillo en su garganta, una bala en el pecho o en la cabeza, las descargas eléctricas en su estómago, la indiferencia de la gente o la mató la perdida de esperanza.

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