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VII Concurso del cuento corto, LA ARENA EN EL CRISTAL

 


Los días siempre son un poco oscuros al inicio, pero pasado un tiempo dejo que la luz pase por un pedazo de vidrio en la pared. A veces suelo mirar arriba y veo un círculo blanco que hace que mi vista quiera escapar de aquella escena tan cautivadora; según algunos libros que hay en la biblioteca se llama sol, una bola de fuego y gas, ¡quién lo diría!

Una pequeña caja negra serían las palabras que utilizaría para describir el lugar en el que permanezco. En una de las esquinas hay otro pedazo de vidrio, pero este es diferente, según un libro muestra tu “reflejo”, ¡hm!, ni siquiera sé quién es la persona que me mira desde el otro lado. Cerca de la cama hay dos puertas de madera en la pared; un armario se podría decir, dentro está lo que uso. También hay otra puerta al otro lado de la caja, solo que nunca me he atrevido a ver qué hay dentro. La tarde es mi parte favorita, cerca del pedazo de vidrio hay una pequeña caja de color ris, que cuando me acerco, un pequeño vidrio emite un color verde que desaparece de mi vista para sorprenderme cuando regresa otra vez, y luego, proveniente de pequeños orificios creados por unas varas grises, escicjo una voz que me habla, y cautivado por la melodía de su voz, me quedo escuchando cada palabra hasta que mi mente vana se llena de un júblio inexplicable que culmina con la desaparición del sol, y así, la oscuridad se hace hueco en cada vacío de la pequeña caja, y se adentra en mí, frívolo, dejando caer suavemente dos cortinas negras sobre las esferas de cristal incrustadas en mi rostro.

De vuelta al inicio. Miro por el vidrio al sol, aunque no logré verlo, hay muchas nubes que no dejan que brille libremente, cuando eso ocurre, me quedo cavilando durante el resto de la mañana, decidiendo si leer un libro o esperar a que la caja emita su luz y embelesarme con cada gesticulación que se permite lo que sea que haya detrás.

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