Los días siempre son un poco
oscuros al inicio, pero pasado un tiempo dejo que la luz pase por un pedazo de
vidrio en la pared. A veces suelo mirar arriba y veo un círculo blanco que hace
que mi vista quiera escapar de aquella escena tan cautivadora; según algunos
libros que hay en la biblioteca se llama sol, una bola de fuego y gas, ¡quién
lo diría!
Una pequeña caja negra serían las
palabras que utilizaría para describir el lugar en el que permanezco. En una de
las esquinas hay otro pedazo de vidrio, pero este es diferente, según un libro
muestra tu “reflejo”, ¡hm!, ni siquiera sé quién es la persona que me mira
desde el otro lado. Cerca de la cama hay dos puertas de madera en la pared; un
armario se podría decir, dentro está lo que uso. También hay otra puerta al
otro lado de la caja, solo que nunca me he atrevido a ver qué hay dentro. La
tarde es mi parte favorita, cerca del pedazo de vidrio hay una pequeña caja de
color ris, que cuando me acerco, un pequeño vidrio emite un color verde que
desaparece de mi vista para sorprenderme cuando regresa otra vez, y luego,
proveniente de pequeños orificios creados por unas varas grises, escicjo una
voz que me habla, y cautivado por la melodía de su voz, me quedo escuchando
cada palabra hasta que mi mente vana se llena de un júblio inexplicable que
culmina con la desaparición del sol, y así, la oscuridad se hace hueco en cada
vacío de la pequeña caja, y se adentra en mí, frívolo, dejando caer suavemente
dos cortinas negras sobre las esferas de cristal incrustadas en mi rostro.
De vuelta al inicio. Miro por el
vidrio al sol, aunque no logré verlo, hay muchas nubes que no dejan que brille
libremente, cuando eso ocurre, me quedo cavilando durante el resto de la
mañana, decidiendo si leer un libro o esperar a que la caja emita su luz y
embelesarme con cada gesticulación que se permite lo que sea que haya detrás.
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