Eran las tres y cuarto. Llevaba
una hora sentada frente al computador, observando la pantalla vacía. Mi bloqueo
se incrementaba minuto a minuto, siendo incapaz de escribir una sola palabra.
La sensación de inutilidad y la creencia en mis debilidades resonaban como un
eco en las paredes de mi habitación. Agobiada por la hoja en blanco, decidí
salir a caminar. La gelidez del aire me despertó en medio de la incertidumbre.
A lo lejos y en lo alto, la noche perfecta se imponía. Siempre me había
preguntado si podría ser diferente, aquella inmensidad oscura que llegaba a
parecer un vacío. ¿Qué existiría más allá de lo distante, donde nada es
visible?
Sin darme cuenta, había llegado a
la cúpula. Su apariencia era imposible de ignorar, aunque resultara vistosa
para mi gusto, era única. En la entrada, se encontraban las estatuas helenas,
pequeñas figuras que, según la gente, vivían en una realidad alterna mientras
dormían aquí. Continué avanzando hasta alcanzar el punto más alto de la cúpula,
donde entre los muros se abría un pequeño espacio similar a un mirador.
Subir hasta este punto siempre me
cansaba, pero hoy el aire era tan denso que apenas respiraba. Decidí recostarme
y elevé mis piernas para relajarme un poco, obteniendo una vista hermosa del
cielo. En mi mente, imaginaba a todas aquellas personas que en algún momento
estuvieron en este lugar, sobrecogidas por el mismo silencio y la noche que
presenciaba hoy. Me sumergía entre millones de pensamientos e ideas. "Cómo
desearía vencer a esa hoja pálida y aburrida..."
Me desperté asustada, algo caía
continuamente sobre mi frente. No tenía forma, era escurridizo y transparente.
Caían una tras otra del cielo. Estaba inmóvil, sin explicación. Sentir esa
extraña sensación provocaba escalofríos en todo mi cuerpo. Intenté mantener la
calma o pensar en algo, pero mi cabeza no dejaba de buscar respuestas. En ese
vaivén de teorías, recordé una historia que contaba mi mamá.
Mi respiración se aceleró. Cuando
finalmente logré moverme, salí corriendo. ¡Lo sabía! El cielo se estaba
derrumbando. Entré en pánico, no podía creerlo. El cielo que había admirado por
muchos años se desmoronaba ante mí, despedazándose. Mi ropa se llenó de
fragmentos del cielo, esparciéndose por todas partes. En mi desesperación por
no saber qué hacer ni a quién acudir, me vio. Sus ojos me reconocieron y me
analizaron rápidamente. Su rostro lo decía todo: el horror había comenzado.
—Nunca pensé que fuera real —me
dijo mientras la fuerza y frecuencia con la que el cielo tocaba el suelo
aumentaban.
—Nada será igual. Somos una
pequeña parte de un mundo que desconocemos, y ni siquiera ellos nos conocen.
Somos inexistentes.
Su expresión me inquietaba. Sus
ojos me revelaban algo que no lograba comprender. —No hay escapatoria, todo ha
llegado hasta aquí.
Antes de que pudiera responder a
alguna de mis preguntas, la sangre recorrió su ropa y se mezcló con los
fragmentos del cielo. Ella estaba sin vida frente a mí.
Las personas gritaban, lloraban,
reían, morían. El caos se apoderaba de este mundo. La ciudad se inundaba y
quedaba en ruinas. El cielo parecía gritar y enfurecerse, generando destellos
de luz que culminaban en llamas. La ciudad desaparecía con tal rapidez que mi
única salvación era el mirador. Allí, el caos era un ruido lejano.
Sin embargo, era una ilusión
falsa. Todo quedaba sepultado y mis pies comenzaban a inundarse. Al levantar la
mirada del suelo, aquella sustancia se erguía en el horizonte, tocando el cielo
"tocándose a sí misma". En la cima, casi formando un espiral,
avanzaba hacia mí. En ese momento, supe que era mi fin...
No podía apartar la vista de las
burbujas que se formaban en mi vaso. Quizás la vida es invisible para nosotros.
En dos segundos, o tal vez más, las burbujas habían desaparecido. Eran las tres
y cuarto, y mi hoja seguía en blanco.
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