Tercer Concurso de Cuento Corto: Despacio




Despacio
Todo parecía haber cambiado en un instante. Pero era una ilusión, todo había comenzado a cambiar muchos años atrás, tan lentamente que nadie pudo percibirlo, ni siquiera yo. Cómo prepararse para perder, cómo asumir sin rencor el azar, cómo sonreír en medio de la tragedia, cómo metamorfosear una voluntad limitada y sin ayuda automática. Condenado a contar mis pasos y a hacer voluntariamente lo que había hecho desde niño sin el más mínimo esfuerzo. Caminar se volvió un ejercicio apoteósico, un espectáculo motriz para mí y los que me miraban estupefactos en el tiempo mientras se debatían entre el dilema de verme caer o hacerme sentir impotente al ofrecer su mano como bastón. Aunque caminar en puntas o quedarme congelado mientras obligaba a cada pie a marchar era un riesgo de sufrir una caída, la disminución de la velocidad con la que podía dirigir mi cuerpo hasta lo que quería y amaba era mucho más dolorosa. Sólo podía acariciar a mi esposa con la mirada, pues el movimiento armónico se había vuelto demasiado complejo, sólo podía dar instrucciones a mi nieta mientras jugábamos, aunque a veces mis instrucciones eran un poco erráticas; por fortuna, ella era lo suficientemente inteligente para corregir mis pequeños despistes y sonreír como si todo se tratara de una broma. Ni mencionar el tiempo, este se consumía a borbotones y pocas veces podía terminar mi trabajo antes de que el día llegara a su ocaso. Todo me empujó a un precipicio del que sentí que jamás iba a salir.
Era muy probable que todo hubiera comenzado hace 10 e incluso 20 años atrás. El estado ánimo venía como una montaña rusa y sin motivo alguno; pese a mis intentos de darle un poco de coherencia al malestar, todo fue en vano, por más que buscada dentro y fuera de mi mente, en el piso de arriba como en el de abajo, no me tropecé con nada racional o irracional que le diera sentido a esas pérdidas de vitalidad o a esas emociones dinamita. Los inicios de la vejez, pensé en repetidas ocasiones, puesto que ya estaba a un par de años de recibir mi título de adulto mayor. Pero estaba equivocado.
Lo único que parecía seguro era que iba a morir; independiente del significado que queramos darle, del miedo, el éxtasis o la alegría que nos genere, todos moriremos. Pero en mi caso era algo particular, tan particular como el de todos los demás. Pensar que morimos más de prisa que los otros, es lo único de lo que no nos da envidia. Llegue a considerar la importancia de distintos libros como Manual para Morir Feliz en 10 Pasos o Abrace su muerte y Muera Contento o por lo menos La Muerte para Dummies. Desafortunadamente, no era más que una de las tantas ideas que me distrajeron mientras la frase “neurodegenerativo y crónico” se quedaban resonando dentro de mi cerebro.
Había perdido toda esperanza, me encontraba desahuciado y completamente aturdido por el diagnóstico ¡Parkinson! ¡Parkinson! Una de las tantas cartas que no deseas que te reparta el Drupier de la vida. Entonces cuando creí que la partida estaba perdida, pese a mi desgracia tropecé con la fortuna. Allí en un pequeño rincón de mi ciudad, conocí a un grupo de transgresores de la enfermedad.
Todos morían pensé la primera vez que los vi, todos morían pero eran capaces de reír, algunos estaban peor que yo y aun así en sus rostros se dibuja la victoria, quizá bastante pírrica para mi gusto, pero al fin y al cabo victoria. No vi víctimas, ni hombres o mujeres en desgracia, vi guerreros; pude ver a la propia muerte dando vida, regalando más días, más meses, más años, jubilosa en medio de aquellos que se habían atrevido a ir en contra del pronóstico y habían abrazado el diagnóstico, haciendo del temblor en reposo, la rigidez, la bradicinesia, las dificultades de sueño, los cambios de estado de ánimo, los despistes y más fallas atencionales y de memoria un conjunto de detalles surrealistas para transformas sus propias realidades y construir una pequeña comunidad que me enseñó que podía vivir con Parkinson. Quizá, sin tanto afán, quizás, ahora más despacio.


Queto87

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