Tercer Concurso de Cuento Corto: La manta yámbica




La manta yámbica

La manta yámbica es una manta estilo árabe de tres metros cuadrados, lleva la silueta de un rostro de mujer y un fondo entre naranjas, amarillos y visos azules, rojos y verdes. Las mujeres que la usaban suponían ser modelos desnudistas para pintores o fotógrafos; arroparse con la manta en una plaza o calle, sin cubrirse los ojos o los pies, era señal de ofrecer el trabajo. Si el artista gustaba de lo que alcanzara a ver, debía tomar a la modelo y llevarla entre la manta hasta conseguirle un vestido como forma de pago. El trabajo no era bien visto y muy pocas se atrevían a dejarse identificar como parte del oficio. De hecho, los pintores y fotógrafos estaban obligados a cambiar el rostro del posante o simplemente hacer composiciones sin cabeza. Otros, algunos más a la vanguardia se decidían por cabezas de carnero, aves carroñeras, búhos o lagartos.

El asunto es que ayer en la tarde usurpé una casa ajena, un apartamento sin mucho lujo pero bien amoblado, electrodomésticos útiles e inútiles y un olor a hombre entrado en los cuarenta. Nos metimos no sé cómo ni por qué, pero las majaderas de mis compañeras de clase registraron los cajones, la nevera, prendieron el televisor, sirvieron whiskey, se desvistieron, y de a poco armaron una rumbita en ese apartacho. Yo estaba lela hasta que Marcela encontró una cámara, ahí fue el despelote, no puedo negar que me derrito ante las cámaras aunque sea sólo en mi imaginación, que el tic del obturador me excite a crear nuevas torcidas de pierna y a menear mi fotogénica melena como supongo que es cuando la hago volar por el aire. Así, posamos en los balcones, en la alfombra de la sala, en la alcoba y en la ducha, yo era la única que conservaba la ropa, nos metimos hasta casi mojar la cámara y salimos estilando agua hasta el living, ahí empezamos los gustosos juegos que tanto me gustan a mí y a Katrina, estando así mojadas pringa y suena rico en la piel.

En verdad, no me había movido en todo el rato, mi cabeza era la creativa. Entonces, no sé quién sacó un baúl preciosísimo de debajo de la cama, parecía sacado de algún cuadro, las tallas en madera eran muy finas y el acabado lo hacía relucir como una pieza genuina, de ésta época no era, divino, tenía unas piedras rarísimas incrustadas en la cubierta, y para colmo de males, no tenía ninguna cerradura. Marcela lo abrió y yo aproveché para adueñarme de la cámara. Había una manta doblada, ellas la sacaron, se volvieron locas y cual safari armaron el revuelo mayor por todo el apartacho. Yo, me quedé con la cámara entre manos y ya nada ni nadie podían superar mi momento. Le tomé fotos al precioso baúl y a un vestido blanco que también estaba dentro. Fui al baño buscando el espejo pero con Vanessa que seguía en la ducha, no me demoré ni un minuto; cuando salí, todas habían desparecido, no quedaba sino Vanessa. No quise averiguar a donde habían ido, los medicamentos que me había tomado me tenían ida. Pensé en la persona que vivía allí hasta que se me hizo escuchar que entraba. Me asusté por reflejo y para esconderme, agarré la manta esa del baúl y me cubrí; esperé la entrada del dueño y efectivamente escuché su voz, -¿quién sacó la yámbica?- dijo inmediatamente; alcancé a pensar que como Vanesa seguía allí, el dueño de casa iba a encontrarla y mientras se despistaba con ella yo escaparía sin que me viera. Que ingenuidad la mía, escondida bajo la famosa manta yámbica sin saber lo que era y con una cámara entre manos. Saqué mi pie buscando airear mi escondite y el hombre me destapó, no le pude ver todo porque tenía colgando de sus manos el vestido blanco. Bienvenida a tu nuevo trabajo-dijo, es hora que te levantes, sal del rincón y muestra quién eres. Me levanté y miré alrededor; la casa estaba convertida en una réplica del baúl, el clima había cambiado, yo no era la misma y mi lengua era tan extraña como la del hombre que me hablaba.

CEROZETA


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