Dioses entierran
todos los días
Pensar que no somos
más que simples esclavos, condenados por el destino a ser lo que
debemos ser. La montaña ha de ser montaña y cederá si así lo
amerita la causa. El árbol ha de ser árbol y firme ha de vivir a
menos que se le arranque. Los animales igual, nacer, crecer,
reproducirse y morir. Nada más queda. Al otro, al ser humano, en
cambio, corresponde la libertad: el
ser humano está condenado a ser libre
y ha de creerse libre y hacer todo lo que le plazca a menos de que se
le imponga otra cosa. Todas las cosas y todos los seres, poco
importan en proporciones universales.
A las cosas pequeñas
–que son todas- acaecen pequeñas cosas. El universo aburrió a los
dioses y, siempre en búsqueda de distracciones, todos murieron.
Pocos lo saben pero, toda vida es eterna. Es a los testigos de la
muerte a los que les parece de otra manera, no a los muertos. Como si
no bastaran las ironías y contradicción: también la muerte es
eterna. Aunque todo carezca de excelso valor, el registro universal
es perpetuo. Sin embargo, existe una interesante diferencia en lo que
respecta a la vida del universo, es eterna y no habrá testigos que
discrepen. El punto es, todos fuimos, contradicción o coherencia,
todos fuimos.
Cuando llegue el
explosivo diluvio y se aburran los dioses de estar muertos, habrá
otro universo. Entonces, una vez más habrá destino y seres a este
sometidos. La vida no será la misma ni lo será el universo. Así es
como todas las cosas son eternas respecto a su propia finitud. No
existe más que la vida propia, que al ser propia es eterna, aunque
sea irrelevante. En el ocio rutinario, no existe más que la inercia
absurda, de la consecución de los eventos. Pobres dioses, que todo
han probado e inventado, y nada alivia sus ansias de novedad. En
rincones de su propio universo, mueren cada tanto de hambre los
dioses.
A. C. BOWGE
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