Tercer Concurso de Cuento Corto: LA SENTENCIA



LA SENTENCIA

Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” fue la última frase que vocifero con dolor y como si fuese su último aliento. De inmediato cayó un relámpago sobre la montaña, pareciese que tuviera la intención de acabar con el calvario de aquel hombre.

Mato a todos los que en ella yacían, a acepción de los tres crucificados que ahí padecían. Un temblor ensordecedor surge de la tierra, como si se pretendiese tragarse el cerro, las piedras se parten en dos y se agrieta la zona donde reposaban los cadáveres de los soldados romanos, emerge una impetuosa lava y se traga rápidamente cada uno de estos cuerpos y al mismo tiempo queda cubierto de barro.

Del cielo cae una tormenta acompañada de un soplo tan fuerte, que se asemeja con un trompetista sin partituras. Una nube gris y rebelde por la violencia con la que acometía el viento, se posó por encima de la cruz del medio. Descendieron dos Querubines, cada uno tomo un brazo de aquel hombre y cortaron la cabuya que amarraba sus codos al madero, al mismo tiempo quitaban los clavos de sus palmas y con plantas sanaban sus heridas. Ambos celestes estaban cubiertos por flores y ramas, parecían más a dos árboles que a dos Ángeles.

Lo descienden lentamente, al tocar el suelo las ramas lanzan un salto tan potente que entran de nuevo a la nube como si fueran Halcones Peregrinos. El hombre queda abatido, arrodillado mirando el barro que se desvanece por el agua y su sangre. Se arrastra un paso serpenteando y con su mano derecha acaricia el rostro de su madre, quien está extendida con aspecto de haber padecido dolor y sufrimiento. A su lado Magdalena, quien había dejado un rio de lágrimas por la muerte de su amado. Eleva su rostro y ve a la distancia la ciudad y el templo que lo traiciono.

Dice – ¡Perdonadlos padre, ellos no saben lo que hicieron!


Se pone de pie y toma un cántaro que estaba abandonado en el suelo, toma un sorbo de vino agrio. Agarra un espadín y se da vuelta, con languidez y aflicción.

Con voz palidecida dice- ¡Oh hermanos míos, si fuesen creído en ustedes mismos, otra historia habría sido!

Parecía que lloraba pero la lluvia no lo dejaba entrever. Inicia su camino, desciende la montaña dando la espalda a Jerusalén, rumbo hacia Betania. Mientras camina con el puñal se va cortando la cabellera y luego la barba. Después de varias horas de caminar, contempla el alba. Ve a lo lejos y divisa el pueblo en donde perecerá treinta y tres años después.

En la entrada de Betania ve un Lienzo tirado y lo usa como manto para cubrir su cuerpo.

Busca a un viejo amigo llamado Lázaro.

Se detiene al frente de una casa humilde y en su puerta hay un hombre ensimismado.

-¡La paz sea con Tigo!

¿Acaso, quien es usted?

- Soy Jesús.

¡Oh hermano mío! Que placer tan pleno me concedes al verte. No te reconocí por tus harapos y cabellera… pasa y siéntate, honor me concedes al tenerte en casa.

Se dedicaron a hablar de los acontecimientos que habían sucedido desde la última vez que habían compartido, esa tarde donde llego a su casa y lo despertó de una farra de cuatro días. De noche ambos se dirigieron a la plaza donde bebieron y bailaron celebrando las fiestas del pueblo.

El lugar estaba aglomerado, Jesús plasmado y perplejo en un taburete contempla la gente danzar. Con su mirada refleja inquietud en sus pensamientos.

Dice – les dejo un regalo: paz en la mente y en el corazón, todo de mí, (bebe un sorbo) desprecio y azotes recibí. Tendrán un recuerdo hipócrita al buscarme y padecerán por la razón, ésta les será inútil al querer verme. Les di mi mandato “ámense unos a otros” y no quisieron escuchar. Por ello se armaran los unos contra los otros. Lázaro, quien se encontraba sirviendo el vino, queda perplejo al escuchar esas palabras. Piensa “está sentenciando la humanidad”. Sube su copa al pecho y dice

  • Brindemos por la vida eterna Rabí. -Amen hermano.
                                                                                            Melcho

Comentarios