Una víctima del
destino…
Ahí estaba yo, y
ahí estaba él, de casualidad, como un juego macabro del destino,
ese tipo de juegos que tiende a ponerte en el sitio indicado, en el
momento preciso. Nunca pensé volverlo a ver, mucho menos que él me
vería primero, y que se alegraría de verme, lo suficiente como para
agarrarme por la espalda y taparme los ojos, cosa que nunca hizo
mientras estuvo a mi lado. Era el hombre ideal, me encantaba lo que
vivíamos.
Pareciera que la
suerte se burlara de mí, de nosotros, poniéndonos en el mismo
sitio. Pasó tanto tiempo después de la forma tan cruel en la que
nos separó. Dejándome claro que el amor, solo es un azar caprichoso
del destino, que se puede ir, justo cuando está en su mejor momento,
y dejarte así, desolada, como incompleta…
Reconocí su olor,
esa magnífica fragancia que llenaba mi alma. Al darme cuenta que era
él quien tapaba mis ojos, mi corazón y mi mente empezaban una
carrera. Latía tan rápido, que podía sentir como la sangre subía
hasta mi cara, dejando salir ese suave rubor que siempre me delataba.
Y mientras mi piel se enchinaba, él susurraba suavemente en mi oído:
“Sigues siendo igual de bella”.
Fue ese típico amor
prohibido, al que te vas volviendo adicta en cada beso, cada caricia,
cada salida a escondidas. Sí, siempre nos veíamos a escondidas,
como un par de criminales. Pero, valía la pena, nunca había sido
tan feliz a causa de un hombre.
Al
recuperar un poco el sentido, me giré, sintiendo que mi cuello me
estrangulaba. No dejaba pasar el aíre. Tenía que ser una broma,
luego de tantos años, y seguía poniéndome igual de
nerviosa, sentía que, si daba un paso, mis piernas flaquearían.
Entonces, respirando suavemente, como si mi vida dependiera de que no
se notara mi desboque de amor, giré, y solo lo miré, no podía
articular palabra alguna. Él, conociéndome y sabiendo que yo no iba
a hablar, continuó, con el brillo especial en sus ojos, ese que mi
juventud le daba a su vida:
-Nada, ha sido igual
desde que te fuiste. A pesar de la distancia, no hay un día en que
no piense en ti.
Ojalá eso cambiara
en algo nuestra situación, pero no, él seguía siendo prohibido.
Quise besarlo, revivir el agridulce sabor de sus besos, me contuve.
Aunque no tuviera manera de desatar palabra, mi cuerpo lo pedía, lo
extrañaba, me seguía llamando, tal como esa mañana en que lo
conocí. Pero, estábamos en un sitio público, y era necesario
mantener la compostura.
Me convenció de
salir de ahí, de ir a un sitio más privado, y aunque sabía que era
un error, no tenía la voluntad de negarme. Mientras salíamos, él
no pudo contra sus impulsos y me abrazó, y fue uno de esos abrazos,
con sabor necesidad más que otra cosa, y ni hablar del sabor que
tenían sus labios en ese momento, noté verdad en su mirada, y supe
que él sufrió igual que yo al separarnos.
Me
llevó a su casa, y cuando entré, noté que algo había cambiado, o
tal vez no la recordaba, pero sí tenía presente el calor que me
daba cada noche que amanecí en sus brazos.
Como si mis piernas
recordaran más que mi mente, seguí derecho a su cuarto, y me senté
en su cama, analizando el caos que vendría luego, pero, por esta
vez, quería sentir de nuevo su cuerpo contra el mío, nuestros
corazones latiendo al mismo ritmo. De
pronto, apareció en la puerta, y sin mediar palabra me besó, sus
manos temblaban igual que las mías, se entorpecían al tratar de
desabrochar mi blusa, mientras, yo me erizaba con cada caricia.
¡Cuánto extrañaba sus manos!, sus suaves manos de seda, que
llenaban mi cuerpo con dulces caricias. Le quite la camisa,
deleitándome al sentir sus brazos, y su fuerte pecho, al que
recurría cada que necesitaba un consuelo, una distracción, o
simplemente cuando necesitaba de él, empezó a meter su mano en mi
pantalón, cuando para una amarga sorpresa, sonó mi despertador,
alejándolo de mí, y volviéndome a la realidad.
-Dariana231
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