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Tercer Concurso de Cuento Corto: Letras de oro







Letras de oro

  • y de pronto le cayeron encima “100 morocotas de oro”, estaba inmerso en aquel momento que tanto había añorado, pero no sabía qué hacer, jamás imaginó que llegaría tan lejos, aquella mujer que lo había salvado de la soledad estaba a punto de irse con él.

En una tarde de un hermoso día, un joven se acercó a una bella mujer en un parque pero antes de que hiciese algo, ella le dijo que andaba muy ocupada, así que él la miró a los ojos sonrío y se alejó. Ella estaba preocupada porque había perdido su casa en una hipoteca, razón por la cual debía mudarse en menos de dos semanas, una amiga le había conseguido un empleo en otra ciudad, pero no tenía dinero para el tiquete, pues no disponía de un trabajo actual ni de amigos que le prestasen dinero.

Poco después acudió a ella un rostro, como si de algún truco de magia se tratase, sí, era el rostro de aquel apuesto joven que no hacía mucho se le había acercado; se agachó un poco y recogió una tarjeta que a él se le había caído; en ella se encontraba todo lo que en ese momento necesitaba, un número telefónico una dirección y un nombre escrito con letras doradas, las cuales al reflejarles la luz parecían letras de oro. Una vez se percató de esto su expresión facial cambió, se notaba levemente más alegre. Inmediatamente ideó un plan y se dispuso a encontrar a su “príncipe”, así decidió decirle.

Pasadas un par de horas aquella jovencita dio con la casa que buscaba, de hecho le resultó fácil porque allí estaba aquel “príncipe” sentado en el jardín de la casa, como si la estuviese esperando. Él estaba jugando con una pequeña hoja que probablemente se había encontrado en el césped, tenía la mirada perdida se notaba cansado; sintió que alguien se acercaba, así que levanto la mirada para ver de quien se trataba, al verla se quedó perplejo, nunca antes había visto tanta belleza junta, sus ojos brillaban como dos galaxias con un gran agujero negro en el centro.

Después de contemplar todo lo lindo que aquella dama poseía, retomó al pensamiento que tenía antes de que ella apareciese ¿A quién llevaré a la fiesta de la boda de mi primo? que se celebrará en un par de horas. Aquella mujer notó su cambio emocional y le preguntó ¿Qué tienes? Él a manera de respuesta le expuso su singular problema; sin ni siquiera pensarlo ella dijo que quería acompañarlo, fue como si su corazón hubiese hablado. Él, en medio de su incredulidad se alegró muchísimo. No pasó mucho tiempo para que ambos salieran con destino a la boda de su primo Ferreira.

Pasaron los días y esta pareja continuó hablando, salían a pasear juntos, su amistad estaba creciendo, a tal punto que ambos tenían un sentimiento como que se conocían de toda la vida.

Al cabo de doce días, en medio de una plática normal ella sintió que era el momento idóneo para contarle acerca de su viaje y el dinero que necesitaba para realizarlo, aunque le añadió una invitación, le dijo que viniera con ella, así empezarían una vida juntos; dicho joven estupefacto por las palabras que acababa de oír, atrapado por el desbordante encanto de aquel radiante rostro y perdido en esos ojos tan hermosos dijo que si, pues quería verlos por el resto de su vida. Acordaron verse dentro de dos días a primera hora cuando los músicos que tocarían para el desfile de cumpleaños de la ciudad empezaran a ensayar y el viento moviera las campanitas que cuelgan de sus sombreros.

A ella le encantaba ponerle sobrenombres a las cosas o como ella misma decía nombres secretos, así que le dijo que cuando esto ocurriese sentiría que 100 morocotas de oro le caían encima, pues en una de tantas pláticas ella se dio cuenta que a él le gustaba coleccionar monedas.

Pasaron los dos días y llego la hora acordada por ambos para verse, él llego al lugar y las 100 morocotas de oro cayeron, pero ella nunca apareció. Decidió como en un principio había previsto, irse sin él.

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