Viejo
sol
Ars
La
habitación podía parecer ostentosa, pero el antiguo sillón que
ocupaba el hombre y las rasgadas cortinas que colgaban a su espalda
indicaban lo contrario. El anciano, tranquilo y severo, leía una
breve bitácora de navegación - recuerdos de una juventud a veces
olvidada -, mientras sostenía una pipa bien cargada entre sus
labios. Tras las cortinas se abrían bosques y valles, invisibles a
causa del mar de oscuridad en el que estaban sumergidos.
Por
tercera vez decidió cargar la pipa con más tabaco. Sin quitar los
ojos del libro y con gran pericia, la rellenó; mientras los rayos de
luz se filtraban delicadamente a través de los huecos del cortinaje.
Rápidamente, el sol arreció y sus haces terminaron de desgarrar la
tela. Sin oposición alguna, la luz golpeó la espalda del viejo y
borró de la vieja bitácora todo rastro de tinta.
El
hombre, empleando todas sus fuerzas, volteó el sillón y colocó
aquel libro en blanco sobre una pequeña mesa. Dejó que la luz del
sol lo absorbiera, quitando las penumbras de su alma, con los ojos
suavemente cerrados. Murmuró unos versos que había compuesto
durante su juventud, mientras viajaba en los barcos:
“Viejo
sol que contigo
A
rastras me arrastras
Llévame
a la orilla
Donde
descansa tu barca”
Disfrutó
del calor del sol y sus caricias durante lo que parecieron días.
Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Y continuó soñando, soñando
nada más, con el viejo sol que hace más de un siglo le acompañaba.
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