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Tercer Concurso de Cuento Corto: Quizá sea un cráneo.





Quizá sea un cráneo.

Cristian miró el reloj con los ojos medio abiertos, vulnerables a la luz como la carne bajo una herida recién abierta, los números flotaban en la oscuridad con un rojo inquietante y le informaban que solo habían pasado 10 minutos desde que se acostó a dormir, pero para él se sintieron como horas. Las noches se hacían cada vez más largas, tan largas que ni siquiera los dos porros que se había fumado antes de acostarse le habían servido para prolongar el sueño. Su insomnio estaba acabando con su vida y ahora la medicina había dejado de ayudar, las drogas nunca lo habían hecho y ya no le quedaban más opciones que contar ovejas, tres mil en vano.

Se frotó los ojos e intentó volver a dormir pero fue inútil así que encendió la lámpara y otro porro y se quedó observando el caos que representaba su habitación y todo su apartamento en general. Ese era su nuevo pasatiempo, quedarse observando sus problemas en vez de hacer algo al respecto. Su apartamento estaba asqueroso, el nivel de mugre y basura que había dejado acumular estaba llegando al nivel de los acumladores que solía juzgar cuando veía televisión. Pero intentaba no ser muy duro consigo mismo, el insomnio era castigo suficiente.

Estaba tan ocupado revolcándose en su propia miseria que no escuchó el primer golpe que azotó la puerta principal, pero sí el segundo. Salió de su habitación tambaleándose como una persona que lleva días sin dormir, y al abrir la puerta de su apartamento se encontró con algo que hace meses había dejado de esperar. Era una caja.

Una caja por la cual había pagado 500 dólares hace un año sin saber siquiera el contenido de esta. Las vendían en la Deep Web y podían contener cualquier tipo de cosas, buenas o malas, no lo sabes hasta que te llega la tuya. Y para su sorpresa ahí sentada bajo la cálida luz del pasillo estaba la suya, rogando ser levantada como un niño que espera que lo recojan sus padres al salir de la escuela. Cristian había jurado que lo habían estafado pues tras esperar durante semanas y luego meses había dado por perdido su dinero. Entonces la pregunta era ¿qué había dentro de ella?

Dicha pregunta dio vueltas en su cabeza durante horas mientras caminaba de un lugar a otro intentando encontrar el valor para abrirla. Algunas personas decían que sus cajas habían llegado con objetos totalmente inofensivos y cotidianos pero otras decían que en sus cajas habían encontrado partes humanas. La paranoia es un efecto secundario del insomnio y en este momento brillaba con todo su esplendor dentro de la de por sí perturbada cabeza de Cristian hasta que finalmente se decidió. Nada podía empeorar su situación.

Con cuchillo en mano y sudor en la frente Cristian se acercó a la caja y la cortó de un lado al otro, como la sonrisa del guasón. Sentía su corazón moverse con vida propia en su pecho mientras se daba cuenta de que por dentro, la caja estaba llena de pequeñas píldoras blancas y entre estas se podía ver un hilo rojo que al halarlo revelaba una memoria usb atada al otro extremo. Al conectarla a su pc, esta mostraba únicamente un archivo, un video llamado “dulce sueños”

Cristian puso a reproducir el video en un estado de curiosidad y terror profundo, digno de aquellas personas que aman las emociones fuertes. Congelado en la silla observaba una grabación de una persona vestida de negro, parada en la misma habitación en la que se encontraba, junto a su cama mientras él dormía. La persona observaba la cámara para darse cuenta de que estuviera bien oculta y luego procedió a tomar el frasco de pastillas para dormir de Cristian y reemplazandolo por otro.

Cristian no era el mismo cuando empezó a reír enloquecidamente, tomó un puñado de pastillas y se acostó a dormir por siempre, mientras cientos de personas observaban con fascinación su muerte desde la pantalla del computador.


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