Tercer Concurso de Cuento Corto: La condena perenne







La condena perenne

El día señalado para su ejecución Billy Hoffman solamente sonreía. Confiaba en su propia suerte y habilidad para escapar, como siempre lo hizo durante los últimos siete años en los que acumuló variados y extensos crímenes. Su confinamiento se dio por su propia voluntad, Billy quería demostrar ser alguien intocable, perteneciente al grupo de aquellos pocos que doblegan el destino a su favor.

Al llegar el último día, tres fueron los soldados que entraron en su celda, le sometieron, lo esposaron, le arrojaron fuera y le ordenaron seguirles. Mientras el grupo de hombres caminaba por un extenso pasillo, Billy consideraba cada una de las posibilidades que podría sortear fuera. Cada una de estas se vio aniquilada cuando la luz descubrió un paisaje cubierto de fusiles que le apuntaban, al menos tres cuarteles enteros de hombres cubrían el espacio con tal de no dar chance alguno de escapatoria. La única opción disponible parecía la muerte.

Billy se encontraba pálido, en aquel momento no era más que un ser insignificante cuyos sesos serían esparcidos para cambiar el color de una pared. Los coroneles que se encontraban presentes en la ejecución decidieron negarle amabilidad alguna, por lo que ni siquiera le vendaron los ojos, querían que presenciara cada detalle de sus últimos momentos.

-¡Soldados, prepárense! ¡Ya es hora de la ejecución!

En aquel instante Billy levantó la mirada al cielo, casi susurrando dijo:

-Si de alguna forma existes realmente, déjame al menos repetir un instante de mi vida.

No quiero morir… No quiero, tú que eres dueño del tiempo, sálvame.

El viento sopló fuertemente. Billy cerró los ojos. Una hoja rosó lentamente su rostro.

-¡Fuego! Dijo uno de los coroneles.

Billy sentía cómo cada bala penetraba su cuerpo mientras se precipitaba hacía atrás. Sin embargo, se sorprendió al no tocar el suelo. Volvió a sentir una fuerte corriente de viento y el roce de una hoja por su rostro. Abrió sus ojos topándose con los del coronel, quien exclamó: “¡fuego!”. El dolor de las balas, aunque intenso, le fue extrañamente familiar. Tras esto cerró sus ojos mientras caía de espaldas, sin embargo continuó sin tocar el suelo.

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