La condena
perenne
El día señalado
para su ejecución Billy Hoffman solamente sonreía. Confiaba en su
propia suerte y habilidad para escapar, como siempre lo hizo durante
los últimos siete años en los que acumuló variados y extensos
crímenes. Su confinamiento se dio por su propia voluntad, Billy
quería demostrar ser alguien intocable, perteneciente al grupo de
aquellos pocos que doblegan el destino a su favor.
Al llegar el último
día, tres fueron los soldados que entraron en su celda, le
sometieron, lo esposaron, le arrojaron fuera y le ordenaron
seguirles. Mientras el grupo de hombres caminaba por un extenso
pasillo, Billy consideraba cada una de las posibilidades que podría
sortear fuera. Cada una de estas se vio aniquilada cuando la luz
descubrió un paisaje cubierto de fusiles que le apuntaban, al menos
tres cuarteles enteros de hombres cubrían el espacio con tal de no
dar chance alguno de escapatoria. La única opción disponible
parecía la muerte.
Billy se encontraba
pálido, en aquel momento no era más que un ser insignificante cuyos
sesos serían esparcidos para cambiar el color de una pared. Los
coroneles que se encontraban presentes en la ejecución decidieron
negarle amabilidad alguna, por lo que ni siquiera le vendaron los
ojos, querían que presenciara cada detalle de sus últimos momentos.
-¡Soldados,
prepárense! ¡Ya es hora de la ejecución!
En aquel instante
Billy levantó la mirada al cielo, casi susurrando dijo:
-Si de alguna forma
existes realmente, déjame al menos repetir un instante de mi vida.
No quiero morir…
No quiero, tú que eres dueño del tiempo, sálvame.
El viento sopló
fuertemente. Billy cerró los ojos. Una hoja rosó lentamente su
rostro.
-¡Fuego! Dijo uno
de los coroneles.
Billy sentía cómo
cada bala penetraba su cuerpo mientras se precipitaba hacía atrás.
Sin embargo, se sorprendió al no tocar el suelo. Volvió a sentir
una fuerte corriente de viento y el roce de una hoja por su rostro.
Abrió sus ojos topándose con los del coronel, quien exclamó:
“¡fuego!”. El dolor de las balas, aunque intenso, le fue
extrañamente familiar. Tras esto cerró sus ojos mientras caía de
espaldas, sin embargo continuó sin tocar el suelo.
Cless
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