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Concurso cuento corto: Entornos retornos




Entornos retornos
 
Ella y él salieron de la habitación. Se dirigieron a pagar en recepción. Pasos se escucharon al final del pasillo. Él se sonrojó, y de nuevo sintió ganas compulsivas de matar. De las sombras del corredor, emergió una dependienta del servicio. La mujer se aproximó y les entregó una nota. La observaron, mientras se perdía doblando una esquina.
 
la nota rezaba, “El maestro espera”.

Ella cayó de rodillas; entre lagrimas, sollozaba que la chica del servicio sabía, y que no podrían llegar a recepción, pagar e irse indemnes. Él la levantó con cálidas palabras. Como ya había hecho incontables veces, le dijo que todo estaría bien.

Se sumergieron por callados corredores, entre bulliciosas habitaciones. Habían cuartos en silencio, y en otros, los sonidos no cesaban, sonidos que eran de dos naturalezas: gemidos de placer que dejaban adivinar pasiones intensas, o alaridos, aullidos de desesperación que solo proferiría un alguien al ser asesinado. Deambularon entre las lámparas y las puertas todas iguales y sin numeración. Pasaron jardines y aspiraron la brisa fresca de las fuentes, mezclada con el aroma floral. Dieron vueltas, bajaron, subieron y volvieron a bajar. Caminaron y caminaron, ignorando si recorrían la misma cíclica senda, o si en realidad eran diferentes lugares de arquitecturas iguales. El perderse por esos pasadizos, poco a poco los enloquecía.

Por fin parecieron reconocer una puerta. ÉL la abrió y entraron. La estancia era amplia, con un gran ventanal mirando un mar agitado, alumbrado por el alba. Una mesa repleta de sillas atravesaba la habitación. Iluminada por velas se exhibía comida en abundancia.
Al otro lado del salón un hombre aguardaba, mirando por otro ventanal. Un ventanal que daba a una noche clara sin estrellas, tras las garras de arboles muertos se asomaba la luna roja. Habló sin volverse:

-Los corredores se bifurcan infinitamente, las puertas también son infinitas, pero llevan a las mismas habitaciones ¿infinitas habitaciones o solo una? Quizá ¿momentos diferentes o el mismo momento?

 
Ella gritó. Quería irse. No toleraba estar ahí.

 
-Confía en mí- continuó–escapa y volverás aquí. Nunca te puedes ir.


Ella no lo soportó. Con un grito arremetió contra la silueta, que de un golpe la derribo. Él, al ver la violencia imprimida sobre lo que más amaba, enloquecido por la infinitud de corredores, los ruidos y los silencios, tomó un cuchillo y lo incrustó en el pecho de la figura. Gritó con el cuchillo en su corazón, trató de huir, perdió el equilibrio y calló sobre la mesa, derramando comidas y vinos.
 
 
No sabían que hacer. Habían asesinado; los atraparían.
 
-Nunca te puedes ir- la voz llenó la habitación sin provenir de ningún lugar.
 
Ellos tomaron cuchillos. Ambientado por alaridos, aullidos de desesperación que solo proferiría un alguien al ser asesinado, el metal ascendió y descendió escurriendo sangre, reflejando la luna, hasta que el cuerpo quedo inerte.
 
Temblaban por la brutalidad, la locura. Esperaron que alguien entrara en respuesta al escandalo, pero nadie entró. Comieron y siguieron aguardando. El tiempo paso y la sangre se secó. Entonces concibieron que tal vez, el lugar estaba vacío y nadie vendría, solo los podrían atrapar en la recepción ¡No! Ese monstruo los había provocado. No los atraparían. No lo permitirían. Huirían. Saldrían y actuarían con normalidad, pagarían y se irían. Los manchones oscuros de sangre podrían pasar desapercibidos. Era posible.
 
La idea tuvo un efecto inesperado. Él la tomó de la cintura. Cómplices y extasiados se recostaron, se hicieron uno parte del otro otra vez. El acto como siempre, fue de pasiones intensas. Entre fuertes gemidos sus sudores se mezclaron con el vino. Sin temor a ser escuchados, a ser atrapados. Como había pasado tantas veces, todo culminó con un beso bajo la luz roja y los ojos sin brillo de la bestia como testigos. Decidieron quemar el cuerpo, pues el ser no era humano.
 
Ella y él salieron de la habitación. Se dirigieron a pagar en recepción. Pasos se escucharon al final del pasillo. Él se sonrojó, y de nuevo sintió ganas compulsivas de matar. De las sombras del corredor, emergió una dependienta del servicio. La mujer se aproximó y les entregó una nota.
 



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