LA
ÚLTIMA DECISIÓN.
Yonik
Vixudentk
“A
los pacientes se les meterá en la piscina fría hasta que la
pronunciación sea la correcta, en su defecto, las ayunas controladas
sirven mientras las prácticas vocálicas se ejecuten. Sólo una vez
pronunciadas las palabras u oraciones de manera fidedigna se les dará
de comer... Cuidando que no se usen las manos” Recordó cómo
rezaba el fragmento del manual institucional, que parecía sacado de
la inquisición... Tragó saliva, le resultaba increíblemente triste
y terrorífico aquello. Su boca se endurecía, mordiéndose los
labios, con la frente sobre el volante, subiéndola empezó a sacudir
la cabeza como si intentará espantar los demonios. Agarró el
volante con firmeza... Era inevitable rememorar la odisea familiar
frente a los médicos para brindar un tratamiento a su hija, ¡cuánto
habían fracasado! Seis años perdidos..., ¿cómo recuperarlos?...
El
coche se desplazaba a velocidad media dejando tras sí la zona
escolar donde hace cinco minutos había recogido a Lilly, rumbo a
casa. Se detuvo, el semáforo estaba en rojo, su intenso color viró
su atención a elucubraciones inconclusas. “Ducha fría....” Tomó
un respiro, redireccionó sus pensamientos a aspectos más positivos.
Pensaba en los diálogos con la directora acerca de la importancia
del acceso a una lengua sin terapias ni esfuerzos sobrehumanos, del
maltrato psicológico de los niños al invadir su cuerpo, y de la
tortura que deviene en la consciencia infantil... Lo interrumpió un
jolgorio tras sí, lo cual le hizo mirar por el espejo retrovisor,
suavizando su boca ante lo que apreciaba.
La
niña hacía muecas con entusiasmo y energía, se entretenía con sus
manos como si hubiese rescatado un tesoro de ellas. No es que no la
hubiera visto sonreír antes, ¡tan angelical!, pensó, sino que esta
vez era distinto, armonioso y juguetón, se veían nuevas incógnitas
en sus centelleantes ojos color miel verde. Sus manitas se agitaban
con armoniosidad y gracia, blandiendo el aire, trazando curvas y
sonriendo como si ya tenía algo poderoso en ellas; las suelas de sus
estrenados zapatos empujaban el espaldar de la silla del copiloto
como si anhelara danzar con el aire que entraba por la ventana y la
envolvía dando ímpetu hacia arriba para tocar el cielo con sus
altivas y poderosas manos recién redescubiertas.
Señor
Oscar, ¿cuáles son sus expectativas al solicitar de manera
insistente el ingreso de la niña Lilly en nuestra institución?,
preguntó la directora
No
sé... Sólo deseo que mi niña pueda jugar, reír... hacer como los
niños..., como todos los niños... los niños normales, iba a
añadir el padre pero se interrumpió palidecido.
El
rostro arrugado de ella por su vasta y cultivadora experiencia en el
campo de la sordera mostraba una comprensión profunda que hacía que
la conversación fluyera sin interferencias. Le explicaba: El noventa
y cinco por ciento de los casos tiene una historia similar a la de
usted, señor Martines. No está sólo. Su hija no está enferma,
está completamente sana. Si me permite decir recalcó la
directora usted ha realizado una decisión acertada que le
permitirá el desarrollo cognitivo de Lilly.
Con un
suspiro entrecortado y trayendo su corazón desde el más allá: No
entiendo por qué los médicos no nos avisaron antes... porqué
siempre promueven tecnologías y terapias como una panacea en vez de
considerar la... ¿cómo es que dijo hace un rato?, preguntó el
padre.
El
acceso a una primera lengua, una lengua natural. Completó la
directora.
Mientras
el padre la miraba fijamente pudo apreciar al fondo una ventana que
mostraba la sala de recreación infantil. La translúcida cortina que
la cubría dejaba distinguir la actividad de un maestro con sus
alumnos, no podía ver con claridad qué realizaban, pero por los
movimientos armoniosos y dulcemente divertidos, evidente en las manos
de todos los niños seguían el ritmo del pensamiento... Justamente
ahí supo que había tomado una última decisión importante.
La luz
ya marcaba verde. Sus ojos se suavizaron al ver nuevamente a Lilly
que intentaba imitar los árboles vistos en el exterior: levantaba su
mano derecha a la altura de su pecho, abriendo sus manitas,
agitándolas como si simulará el movimiento de las hojas sacudidas
por el viento. El padre sonrió, sus manos rozaron con suavidad el
volante y pisó el acelerador rumbo a casa.
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