Concurso cuento corto: BULLYING




BULLYING
 
La expresión, “la gota que colmó el vaso” está mal empleada cuando se refiere a las personas. En mi caso, esa gota no me colmó, sino que me rompió; quebró los grilletes que contenían al demonio, liberó mi mente de la cordura. Porque de otro modo lo que ven mis ojos no tendría explicación, estoy loco, loco de remate. Me he sacado el corazón.
 
Mi nombre no importa. Soy representante del dolor que sienten aquellos que no pueden tomar represalias. Soy el portavoz de los salvajes, desadaptados e incivilizados. Yo represento la violencia, única justifica real.
 
Todo comenzó con mi primera muerte, sucedió al poco tiempo de nacer. Mi madre apenas terminaba el bachillerato cuando nací, fue por eso que decidió botarme.
 
De la basura me rescató mi segunda madre. Era una mujer venida a menos por la droga, en ese entonces aún le quedaba conciencia y compasión por un bebé abandonado. Me crió como pudo hasta que llegué a la infancia. Aparte de la limosna, para costearse la droga y mi manutención se prostituía, algunas veces frente a mi, pero no me importaba, gracias a ella pude vivir.
 
A eso de la niñez, ella había perdido el afecto por mí, por la vida y por el mundo. Su cuerpo estaba demacrado y gastado; ya no conseguía clientes. Descubrió que le quedaba yo, un niño que la admiraba como sólo se admira una madre, y decidió venderme por una dosis de heroína. Quiero creer que no lo tenía planeado, que por eso nunca me entregó a un hogar de bienestar, que cuando me recogió entre la basura en su mente creyó que daba el primer paso
 
para una redención. Quiero creer eso, pero con el tiempo llega la maduración de los recuerdos y el dia que me vendió lo hizo con una expresión vacía, que al palpar la droga cambió por una sonrisa. Aquello me demostró que nunca me quiso, que nunca me había amado. Fue la segunda vez que saludé a La Parca.
 
El dia de mi venta morí otra vez. Una bestia con forma de hombre me había comprado. Por un breve momento pensé que iba a tener un padre, pero la ilusión se derrumbó tan pronto sentí sus “caricias de amor”.
 
Desconozco los años que pasé con ese monstruo. Me había resignado, carecía de amor propio. Estaba esperando la muerte con la esperanza de sufrir un poco menos. Y entonces se generó un resplandor en mis recuerdos… Resucite. Desperté en una cama y conocí a mis padres y hermanos. La sombra de la muerte no había sido más que una pesadilla.
 
Cometí la osadía de anhelar la felicidad. Me bastaban mis pocos amigos y hacer de cuenta que mi pasado era producto de un mal sueño para alcanzarla. Pero la vida, mi vida, no estaba destinada para alcanzar el cielo de la alegría…En la escuela, se resaltaba mi tolerancia con los demás, parecía que los problemas jamás iban a volver. Pero con el tiempo descubrí la necesidad que tienen algunas personas de abusar de otras. Mis compañeros, como si fuera un complot del universo, comenzaron a incordiarme, a molestarme, pero yo no les ponía cuidado, los ignoraba. Hasta que exhumaron mi pasado pensaba que era un vaso imposible de colmar.
 
Sus burlas se clavaban en mi pecho como puñales, me dolía el alma. Cuando supieron quién era yo, antes de la intervención a El Cartucho, pensé que ya no iban burlarse.
 
Me equivoqué.
 
Ya nadie se acercaba a mi, nadie quería compartir conmigo. Volvía a estar en el basurero, mis padres adoptivos no podían sacarme de ahí. Me aislé del mundo, sólo pensaba en sus burlas y en mis amargos recuerdos, que por alguna razón veía con extrema claridad.
 
No demoré en decidirlo. De todas formas, no había salvación.
 
Mis abusadores, por más que intenté calmarlos con ayuda de los profesores, nunca lo hicieron, hasta que los maté.
 
Al llegar a mi hogar tomé el mismo cuchillo con el que despedacé sus cuerpos y lo clavé en mi corazón... Estoy harto de vivir, harto de sufrir, harto de este universo abusador que por pura sevicia no me permite morir.

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