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Concurso cuento corto: Atravesando el desierto de asfalto


 
 
 
Atravesando el desierto de asfalto


Mientras caminaba se percató de una cosa: Sólo él y su sombra iban juntos por la enorme calle. Entonces se le ocurrió amenizar la marcha dialogando con ella, su sombra:
–¿Te la habías imaginado así? –le preguntó a su sombra.
–Tal vez –le respondió afable– ¿Te has olvidado de las tantas veces en que la calle besó tus pies y entre carcajadas y bromas nos acompañábamos de amigos para llegar a casa?
–Sí, lo recuerdo ahora –y su rostro se iba llenando de una alegre nostalgia.
 
–Pero hoy estamos solos tú y yo, querido amigo… ah, y la ciudad sin hombres. Los pocos que ves por ahí son ausencia de lo que fueron, también sombras de lo que pudieron ser.
 
–Y yo… ¿Yo qué soy? ¿También una sombra? –preguntó con notable sorpresa a su negra amiga.
 
–todos ustedes lo son –dijo–. Eso es lo que menos debe preocuparte. Son sombra de su pasado, de sus padres, de lo que les enseñan, de lo que escuchan a fulanos o a amigos; eso es todo lo que son. Acaso no has notado cómo los hijos repiten los errores de sus padres, o cómo los amigos van acomodándose a los gustos y preferencias del otro; o nada más echa un vistazo a esos muchachitos que comienzan a parecer productos seriados de una gran maquinaria.
 
–Sí, eso lo sé muy bien, pero me cuesta trabajo aceptar que yo también lo soy.
 
De repente, un transeúnte se cruza por la misma acera y saluda con un jovial “¡Buenas noches!”. El caminante y su sombra responden al unísono.
 
–Pensé que era una costumbre de los pueblos –señaló el caminante sin ocultar su admiración.
 
–¿Ves lo que te digo? Él te reconoce como su igual, como una sombra entre sombras, que sólo se rompe por un breve instante para emitir el saludo. Al igual que tú no teme, camina sin miedo a lo que vendrá porque en esta calle a oscuras todo lo que serpentea entre las deprimentes luces es hermano de todo.
 
–Ahora no sé qué pensar. Me dices que soy igual a esas sombras que deambulan por estas calles. Eso me mantiene tranquilo, pues al sentirme entre hermanos creo estar seguro. Pero,
 
¿ser igual a aquellos pobres diablos que luchan por acomodarse de alguna manera en esta vida? Eso no me reconforta para nada.
 
–Una vez más te digo muchacho, eso es lo que menos debe importarte.
 
–¿Entonces qué? –dijo elevando la voz.
–¿No logras verlo? Esta noche acabará cuando llegue el día, las sombras ya no serán más sombras, yo me habré ido también. Pero tú… tú eliges si quieres permanecer en una eterna noche, donde “todos los gatos son pardos”.
 
–Entiendo –respondió recuperando la calma–. Una vez más se trata de decisiones.
 
–El hombre no es más que una consecuencia de lo que elige. Grábatelo de una buena vez. Tú decides si habitas como una sombra o caminas entre sombras hasta que tus pasos te lleven a alguna luz, la que sea.
 
–Caminar, eh. Cómo disfrutaba de la calle “besando mis pies”, tal como tú dices. Ahora lo he ido dejando atrás.
 
–Como a tu sombra –dijo resuelta–, únicamente la contemplas, como en estos momentos, cuando estás solo. Allí te das cuenta de que existe, pero siempre ha estado a tu lado, siguiéndote en las frías noches y por las madrugadas.
 
–Tú lo sabes bien, ¿no? –Y la alegre nostalgia volvía a posarse en sus labios– Si algo me dejó la vida de caminante (que no dejo del todo) fue ese sentimiento de calle, el sentirme como un “hijo de la calle”. Quizás eso fue lo que esta noche me empujó a caminar, a pesar de la hora y de “los peligros”, del hambre y del cansancio, de la soledad y del largo camino. Y quién lo diría, todo eso no fue más que apariencia; para empezar, no estoy tan sólo… estás vos aquí.
 
Sin apenas darse cuenta llegaron al barrio. El caminante con la serena alegría que le llenaba de un profundo sosiego; su sombra, quizás reía satisfecha al ver que sus palabras se habían adentrado en lo más hondo del corazón de su joven amigo.

Federico Estrada de Oliveira

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