El fin del lirio
APV
Se habían llevado
todo: la vitrina, el ojal del vestido, la arrocera y la nevera; sin
embargo, las ganas de respirar y polillas seguían volátiles en el
aire desecho. Susana había quedado completamente desnuda en la casa
de adobe.
Llegaron un día de
noche, como cazadores oscuros, todo lo embarcaron en el submarino.
Primero con Susana dormida sacaron lo primordial, estufa, plantas y
el sofá. En esa misma semana pasos correteaban la pesadilla,
revolcaban el polvo en busca de objetos escondidos. Desde una esquina
del hogar la mujer escuchaba con extrañeza toda la algarabía. Para
ella el mundo se tergiversaba de tantas maneras que le era imposible
identificar aquellos pies que marchaban aplastando las partículas de
polvo. Un día sin notarlo, en la hora del almuerzo, su silla de
mimbre había desaparecido y los manteles habían quedado esparcidos
sobre el suelo; sentada en el piso, devoraba con severidad los
garbanzos en el plato de aluminio. La comida siempre estaba, aparecía
caliente y lista para ella.
En el día de la
pérdida misteriosa del comedor, comenzando la noche, se escucharon
pasos en las habitaciones contiguas; armando, desarmando, montando y
silbando, casi parecía la escena de un cuento infantil de no ser por
el grito que profirió Susana, aquella mujer de batola rosada,
manifestaba el primer ruido que esas paredes habían escuchado ¿La
razón? El cuadro de su madre había desaparecido y solo quedaba la
leve sombra de lo que existió ahí; para el término del grito los
sonidos desaparecieron, de vuelta en la oscuridad del hogar, amarró
su cabello y se dirigió a la cama.
Esa noche fue
distinta, Susanita estaba sintiendo. En sueños se vio a sí misma en
una carretera de cemento conducida por miles de hormigas en fila y
con pequeños trozos de pan en sus espaldas. Le aterraba el trabajo,
la marcha, el sol y las personas. La mujer había descubierto el
mundo de los sueños; abiertos los ojos de manera presurosa observó
el rayo de sol que desfilaba en la habitación sin resistencia
alguna; “rápido, de nuevo la rutina” pensó para sí, echó la
cobija hacia un lado, sentó su cuerpo y calzó las pantuflas en
dirección a la habitación de agua; en el lugar, directo y eficaz el
líquido cálido se depositó en la piscina pequeña y con ansias
agregó su cuerpo a la candidez que ofrecía la piscina más grande.
Todo sucedía muy rápido: la desaparición, los pasos nuevos, quizá
era el fin del mundo y ella no se había dado cuenta.
De nuevo en la
cocina los pasos se escuchaban, pero esta vez fue diferente, ahora
nuevas sombras gigantes y negras se paseaban a su alrededor y la
mujer al notar que no le proferían daño alguno dio por aludido que
el fin del mundo no la afectaría; seguía masticando hasta terminar
el cereal que de nuevo hizo su aparición mágica.
Susana no encontraba
donde sentarse para admirar los lirios florecidos, decidida a no
dejar que el fin afectara su vida, se posó en el suelo junto a las
flores, las horas pasaban, la algarabía seguía, las sombras iban y
venían; una se detuvo frente suyo, a lo que Susana cerró los ojos
rápidamente para que esta no la viera y así desapareció. Todo
estaba en paz y tranquilo; de repente, en la planta descubrió su
terrible pesadilla: hormigas destrozaban las flores y hojas del
lirio, a continuación, las paredes escucharon un aullido:
- ¡Es el fin!
Susana corrió
rápidamente por los espacios del hogar, su cama, el agua, las
cortinas, los asientos y la foto; la mujer desesperada descubre que
todo ha desaparecido, por un momento reacciona y piensa en lo más
importante ¡La cocina! Ya no estaba la comida, las ollas, su cuchara
y su adorado plato; todo dio vueltas en su cabeza hasta que su cuerpo
se desplomó entre jadeos; las sombras corrieron hacia ella y esta
vez la tocaron, desde la puerta se escucharon gritos. Extrañas gotas
caían de sus ojos al ver su mundo vacío. Mientras tanto, en ese
nuevo mundo desconocido se escucharon fuertes disparos. Extraños
brazos la apretaron y con dulce voz le decían:
- Mamá, rápido. Ya nos vamos.
FIN
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